miércoles, noviembre 21, 2007

Hoy cumlo 29 años y no hago más que recibir mensajes contradictorios. Estoy confusa. En el curro (o como se llame) me han asegurado que son pocos años (no me fío de esas pécoras, capaces de asegurar la bondad del diablo sólo por agasajarle). Mis colegas del mus, coinciden, y ellas, seguro, que no me mienten (son las mejores tirándose faroles, pero no se cortan un pelo a la hora de advertirme que tengo colgando un moco). Mis amiguitas las pelanduscas me miran con pena, y tuercen la cabeza, mientras me aseguran que aún no tengo treinta. Las que viven en la capital, sin tapujo ninguno me han llamado vieja y ¡pelleja! a la cara.
Y yo, que sigo calentando los tapers de la mía mamma en el micro. Que sigo compartiendo un piso, tan cutre como acojedor. Que aún soy becaria. Que no dejo de emborracharme ningún fin de semana. No sé que pensar. Me atrevería a jurar que aún tengo 18, a juzgar por lo lo juvenil de mi precariedad. Pero el carné no engaña. Pone 1978 y estamos en el 2007.
Por más que la busco no la encuentro, la inspiración. Y sé que esto les pasa a muchos. Algunos intentan paliar tan nefasta ausencia trabajando por aquello de que es así como debe pillarte la musa.

miércoles, octubre 31, 2007

No voy a disculparme, pero llevo un año mintiendo.
Hubo un tiempo en que sí, la afirmación era cierta: Tenía 27 años. Pero de eso hace ya...
El proximo mes, un día de los que le componen, haré 29.
Me he saltado los 28 por vergüenza. Porque no merezco tenerlos.
Ahora camino cavizbaja hacia los treinta que espero sean piadosos con mi infancia, magnánimos con mi adolescencia y displicentes con mi juventud.
Dicen que intentaba juntar las letras, y que a veces le salían palabras. Los más avispados aseguraban que sufría un trastorno en su desarrollo y que no lograría ¡jamás! formar una frase. Hubo quién recordó a los sesudos lo del 31 de octubre del 2003, pero en seguida atajarón su defensa citando la sentencia del Tribunal Supremo que certificó lo casual del acontecimiento. Ella, mientras tanto, ajena a los gritos, seguía jugando con los cubos, de seis caras cada uno, con una letra por flanco. Un anciano, que pasaba por allí, inadvertido, la felicitó por lo bonico de la construcción.
Tengo poco tiempo, se decía así misma, mientras se apretaba el vientre, fuerte, con ambas manos. No voy a llegar, y a su paso: el hedor de la muete, el reguero pestilente del que abandona la vida. Lanzó el brazo para hacer llegar su mano al mecanismo de apertura de la puerta, pomo, lo llamaba su madre, picaporte su padre, nunca se pusieron de acuerdo en nada, pero no pudo ser, en el momento en que aflojó la sujección del vientre, liberóse el intestino de su débil represión. El cuadro resultante... No puedo seguir, no puedo seguir.

jueves, septiembre 20, 2007

Pepito


Y de nuevo… dando vueltas sobre el mismo tema. Y me jode, porque me pongo muy pesadita y desprecio a los pesados. Me abomino pues.
….
El hijo puta de Pepito es un grillo negro como un coño negro y peludo, como un chocho peludo. El hijo de la gran puta es un pesado: nunca se da por eludido. El hijodeputa de Pepito es de la especie cojonera y me tiene mártir.
Pepito me dice que no existe, sino que es parte de mí, y su voz, con mi propio timbre me taladra las falordias, justo dónde la hipófisis pierde su nombre, para pasar a llamarse glándula pituitaria, allá en el occipucio o dónde quiera que more tan esponjoso miembro (de una sociedad a la que no quiere pertenecer).
Pepito no sólo trata de temas morales, como se pudiera creer. Es más, en ese tipo de cuestiones se llama a andanas. No, que va, a él lo que le mola es ensalzar al prójimo y denigrar a la menda lerenda. Veo que Pepito es negro verduzco, con irisaciones de glauco fosforito.
Me gustaría poder presumir de que todo lo humano me es ajeno, sobre todo esos vicios nefandos que llevan al fratricidio, o a acostarse con el marido de la peluquera (que de niño soñaba canciones de moros). Pero nada más lejos de la Verdad, que más que hacernos libres nos precipita al vacío ¡ Ojalá se limitara a envasarnos al idem!

miércoles, septiembre 05, 2007

Pelanduscas...

Quisiera poder hablar abiertamente de quienes me rodean, incluso de mí misma, pues no hago más que circundarme, pero no me atrevo. Será el pudor ¿será respeto?

Así que cambio de sitio las cosas para disimularlas. Y ahora salgo con Las Pelanduscas, paráfrasis poco lograda pero que espero logre mantener mis discretos propósitos.

jueves, julio 12, 2007

Santiago

Antes de encender el cigarrillo siempre lo golpeaba ligeramente sobre el dorso de la mano, como para asentarlo. Luego humedecía ligeramente la boquilla y se entregaba con placer a juguetear con el humo.
Pensaba en Santiago de Compostela haciendo memoria al hilo de las volutas. Procuraba huir de los lugares comunes de peregrinos cansado y de turistas quemados. No, no… Nada de nuncios papales saludando desde la fachada del Obradoiro.
Decidió perderse por alguna rúa o por la Rúa y llegar hasta la Alameda y sentarse junto al manco barbado y, evitando bromear con el acento, decirle ¡qué D.Ramón! ¿nos fumamos un peta?
Pero se dio cuenta de que no era un copito de nieve único en el universo. No era especial y cometería los errores de todos. Siguió fumando como fumaría cualquiera.

miércoles, julio 11, 2007

Misantropía

Padezco una marcada misantropía heredada directamente de mis padres a quienes Dios crió y juntó para separarlos del resto del mundo. También mis hermanos sufren tales rigores aunque cada uno a su modo, como yo misma, intenta eludirlos refugiándose en gentes acogedoras.
A pesar de los esfuerzos por superar el Mal que me aqueja, aflora espontáneamente sin que pueda controlarlo y me tuerce el gesto ante la multitud y sella mis labios a los desconocidos.
Así, cuando, hace años, en la facultad, a algún profesor pusilánime se le revolvía la clase y optaba por continuarla para sí mismo, yo no dudaba en levantarme de mi asiento y acercarme más al gurú a fin de alcanzar a oír alguna de sus palabras. Aquello me granjeaba ciertos desprecios que yo saboreaba desde mi incomprensible vanidad.
Ahora, cuando he de desplazarme, nocturna y alevosa, entre la muchedumbre, miro a las caras de aquellos a quienes rozo con algo de asco, y respondo a sus insultos faciales canturreando la canción que suene: “Tengo para tíiiiiiiiii….”
Quiero volverme minimalista. Nada de barroquismos. Yo me como las plazas mayores de Salamana y las fachadas del Obradoiro. No quiero ser funcional. Sólo quiero no ser. No estar. Desaparecer, como la bruja del norte, al contacto con el agua.
Qué llueva, qué llueva, la Virgen de la Cueva...
La cueva... Sí. Será suficiente. Aquí me quedo.
Esto ya es bastante complicado por sí mismo. Ya me cuesta escribir normalmente como para que ahora la máquina se me tuerza rebelde y no cumpla mis designios.
¿Me escuchas? Soy tu Dios, y si te digo que publiques con mi dedo omnímodo no ha lugar la desobediciencia.
¡Publica! o padecerás los rigores de mi ira¡
Publica! o desaparece para siempre, muere.
¡Publica! porque es mi deseo y no a otra cosa has venido a este mundo sino a satisfacerme.
¡Publica! pública.

martes, julio 10, 2007

L'Hospital

Llega a hospital, todos los días, incluidos los domingos, a eso de las nueve. Camina rápido, casi corriendo, y saluda con la voz alquitranada. Pasa la capilla, atraviesa el pasillo y cruza la puerta de la habitación.
En la silla de ruedas, con el camisón a la virulé, la anciana espera, o no, pues es difícil adivinar su estado de ánimo. Unas palabras que quieren ser reconfortantes y, con suerte, alguna respuesta ininteligible.
El desayuno es frugal, pero la lentitud de la ingesta puede llegar a alargarlo más allá de la media hora. Yogur a cucharadas, poco a poco. La anciana se relame, parece paladear con gusto el saborcillo lácteo. Aunque siempre cabe la duda de si no serán, sus vueltas bucales, sólo fruto del vacío dental.
Le coloca la ropa con mucho cuidado, temiendo, en cada gesto, romperle algo. La bata gris de verano. Arriba este bracito, adentro la manga. Ahora, igual con el otro. Muy bien. El cojín para las piernas envueltas en la manta de cuadros. La chaqueta y la toquilla. El pañuelo, al cuello.
Y a pasear, lentamente.

martes, junio 19, 2007

Soy mi peor enemigo.

Soy mi peor enemigo. Nadie puede hacerme tanto daño. Mi desorden, mi pereza, mi hastío. Mi pereza, mi desorden, mi hastío. Mi hastío, mi pereza mi desorden me hieren y destruyen día, a día. Minuto a minuto me hieren el alma.
¿Cómo combatirme? ¿Cómo encontrar la voluntad perdida?
¿Dónde la perdí?
Tal vez, nunca me fue dada.
¿Quién otorga tal don?
¿Es, acaso, como las virtudes teologales, algo que el Espíritu, Dios, entrega a su antojo?
Sí la voluntad es el secreto, todo se dilucida. No hay misterio.
Voluntad, clama la conmovida casta. Y nadie dirá basta, sino, adelante, a por ella.
Así pues, finalmente, todo depende de la Voluntad, divino tesoro.
Pero no creyendo, como no me ha sido dado, en divinidades ajenas, habré de concluir, religiosamente, que puedo sacarme la Voluntad de debajo de mi manga, cual tahúr.
Lamentablemente este descubrimiento, en vez de dilucidar mi camino lo torna más tortuoso si cabe, pues me carga con el peso de una gran responsabilidad. La responsabilidad de encontrar mi voluntad.
¿Dónde buscarla? Obviamente, sin más rodeos, ha de ser fruto de mi deseo. De dónde no puedo sino deducir que nada me es más difícil que desear. Pedid y se os dará, dice el Señor. Y aquí se me abre un mar de dudas, que no es Rojo piélago que se divide para que holle a pie enjuto, sino vinoso ponto en que me ahogo sin remedio.
¿Qué quiero?
¿Qué querer?
Porque, si, como parece, puedo forjar mi “destino”, permítaseme el desafortunado término, que, sin embargo, dada mis limitaciones, me sirve para entenderme, a mi libre albedrío, sólo en mi mano cabe mi propia fortuna. La Suerte, los Hados, no son sino fruto directo de mi deseo.
Pero, resulta, lo tengo comprobado, que desear no consiste en, como cuando niña, cerrar los ojos muy fuerte e invocar con la mente, e incluso con el verbo susurrante, lo que se anhela. Juegos de infancia que aventuraban, sin embargo, la semilla de nuestra futura salvación desde el convencimiento de la inocencia.
Al parecer, y aún no he podido confirmarlo, el deseo no es sino un objetivo para cuya consecución ha de calibrarse un plan minucioso, ordenado, disciplinado, inteligente.
Y dicho objetivo ha de configurarse según las cualidades dadas, de forma que no se pueda querer lo que no se puede querer. Quien diga que querer es poder ha de tener bien presente que el anhelo debe quedar enmarcado en las capacidades de que se parte. No puede el enano querer alcanzar de un salto la manzana del árbol, ni el gigante dormir en una minúscula gruta.
VOLUNTAD-DESEO-OBJETIVO-CUALIDADES forma el cuarteto apocalíptico que rige mi vida ¿será circunstancia? incluso sin yo saberlo. Y ha de plantearse, justamente, de forma inversa. Primero la cualidad, los talentos, será genética, que Dios-Padre, nos entrega arbitrariamente. Y aquí, la resignación, o la alegría, el conformarse con lo que se tiene. Hay que evitar a toda costa desear a la mujer del vecino. La envidia, ese pecado verde y viscoso que corroe, a decir de los antiguos, al españolito medio. Después el objetivo. Limitado, acorde. Con esto que tengo qué puedo hacer. Y las posibilidades, aún reducidas, aparecen como un haz infinito, miles de rayos que deslumbran. Un transcurso desconocido en el que hay que trazar el camino, caminando. Así, se descubre, andando, que el objetivo meditado, no es sino fruto de nuestro deseo, y se nos pierde el plan entre las manos. Y descubrimos, finalmente, que nuestra voluntad no es nuestra, o, que no podemos controlarla a nuestro antojo, que se pliega a los acontecimientos con que nos topamos, que no parte de la nada, de la tabula rasa, sino que se inscribe en una partitura. No se pueden sacar los pies del tiesto.
A mí, últimamente, me está dando más por la confusión que por la sorpresa. Más que asombro siento continua incomprensión, y no detecto más que contradicciones. Así que mis nuevos descubrimientos no me llenan de gozo sino de zozobra. Y esta inquietud, me es incómoda, pues se adhiere a mi natural indecisión convirtiéndome definitivamente en un fantasma. La protección del escepticismo se va tornando en crueldad. Y, aunque aún tiemblo, de miedo, todo parece apuntar, hacia la definitiva conversión en piedra.
Observad pues, terrícolas, mi transformación, mi particular metamorfosis, cómo la mirada de la Gorgona va a salvarme destruyéndome. Petrificáme, che, porque si no, flotaré en el río.
Corría un año cualquiera de la Era del Señor D. Gato. A juzgar por lo apretado de la temperatura, suponiendo que la temperatura tenga apreturas, sería aquella estación que unos dicen florida y otros taurina, con mentidos robadores y copas, y efebos apolíneos que te escancian bebidas de dioses. Gintonic, por favor. Horas: intempestivas; quitarse el reloj, como arrancarse las gafas, te deja desvalida, abandonada en un mundo borroso y atemporal.
Y así, sobre el cúmulo de nimbos cirrosos, contempló aquello que quedaba. Restos, nada más, de algo, que nunca fue. Las ruinas de una utopía son más tristes si cabe que cualquier desperfecto de lo que fué. De ésto, sacan los arqueólogos entretenimiento, de aquéllo, sólo lágrimas los tontos que creyeron.

lunes, marzo 19, 2007

Hablando sola (ya medio-publicado en otro sitio, creo recordar)

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
- ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro la voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? no sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
- quien habla solo espera hablar a Dios un día -;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yazgo.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Antonio Machado
Campos de Castilla (1907-1917)

Siempre me han llamado particularmente la atención estos versos de Machado:
“Converso con el hombre que siempre va conmigo
- quien habla solo espera hablar a Dios un día -;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.”

Será porque me preocupa sobremanera hablarme a mí misma.

Recuerdo que, cuándo frecuentaba a las devotas de San Francisco, aquellas dedicadas a la contemplación que querían sumarnos a sus filas, insistían en algo así como “enseñarnos a orar”.
Yo, siempre sumisa, acataba sus normas, y genuflexa en la iglesia me reconcentraba buscando aquello que ellas aseguraban se produciría: la comunión con Dios.
Desde mi supina ignorancia traduje en “hablar con Dios” el objetivo de aquellos extraños ejercicios. Y como nadie me sacara de mi equivocación me puse a hablar ni más ni menos que con la divinidad.
Entonces observé que el mismísimo Dios, de natural tan esquivo, hablaba conmigo con cierta naturalidad. Saltaron las alarmas y dudé de mi extraño privilegio.
Sometí al juicio crítico de un sabio sacerdote, que ha medrado en la jerarquía y seguirá haciéndolo, mis inquietudes.
“Oiga pater que cuando Dios me habla, ud. me perdonará, pero me da la sensación de que soy yo quien se habla a sí misma”
La pregunta es tonta sí, pero, hete aquí que la respuesta no le anda a la zaga: “Claro hijita, es que Dios te habla con tu propia voz, porque si usara otra tú te asustarías”.
No sé si fueron respuestas como esas las que me alejaron de la Iglesia católica, pero reconózcanme, cuando menos, que no demuestran excesivo aprecio a la inteligencia, por limitada que sea, del devoto.
Sea como fuere, adquirí cierta práctica en eso de hablarme a mí misma. No obstante, no lograba satisfacción alguna y me decepcionaba a cada paso, pues únicamente alcanzaba a advertir que soy una pésima interlocutora. Lo único que logré fue caerme mal.
Aún así, por buscarle utilidad al descubrimiento del soliloquio, me dio por traer a las mientes aquello de la mayéutica. Aquello de que toda nuestra sabiduría se encierra en nosotros mismos, siendo sólo necesario “darla a luz”, para que se haga expresa.
Esto sin embargo, asumidos mis torpes contenidos intrínsecos, no hacía sino lacerarme más, pues de tan escasa matriz, raquítico hijo iba a legar al mundo.
Así, me convencí de que hablándome a mí misma no iba a llegar a ninguna parte. Y no es que quisiera llegar a ningún sitio en particular, que ese es mi principal defecto (¿?), pero opté por ver que pasaba si me ponía a hablar con otros que no fueran yo misma.
Por eso no me metí monja de clausura e ingresé en la Universidad. Mantuve la melena intacta y me puse a hacer preguntas tontas, para desesperación de mis circundantes.

En cualquier caso, lo que es obvio es que el monólogo o soliloquio no existe, y que siempre se habla con alguien, aunque sea uno mismo. Siempre hay un receptor, aunque mudo, a quien nos dirigimos. Y Machado, se me antoja, lo dice con claridad:
“Converso con el hombre que siempre va conmigo”
Converso, hablo, me dirijo a…
Lo que siempre me ha costado más comprender es eso de que:
“- quien habla solo espera hablar a Dios un día -;”
Ahora que lo pienso, tal vez se refiera el poeta a esa ansia que tenemos de dar, por fin, un día, con nuestra propia respuesta.
Nos hablamos, y, cuando la cosa está clara, nos contestamos sin dudarlo. Otras veces ni siquiera respondemos, y en la mayoría de los caso nos atronan mil voces confusas como un diablo legión, o apenas alcanzamos a oír un susurro misterioso de sílfide.
Pero… ¿y si a fuerza de práctica, llegara la voz nítida que sustituye al silencio babélico? Sin duda pensaríamos que es el verbo divino, aunque sea sólo, por la sorpresa.
Claro que, según Sócrates, que es humano, para dar con aquella profundidad que albergamos en lo más hondo de nuestras simas, es necesario una comadre que nos extraiga, posiblemente con el mismo dolor que produce un parto, o un cólico al riñón, aquello que con tanto celo reposamos oculto en lo más recóndito de nuestro propio ser.
Así que, finalmente, hablar solo no sirve para nada. Es necesario hablar con los demás, alguno habrá, sea o no conscientemente, que nos lleve al potro de tortura.
Lamentablemente aquél mismo filósofo que iba dando a luz por el mundo también se plantaba en los mercados con la mano tapada, con el único fin de responder a los curiosos que si lo llevaba escondido es porque no quería que se supiera qué había debajo.
Ergo… lo que oculto está, por algo es, oculto debe quedar.
No meneallo.
La curiosidad mató al gato. Le quedan seis vidas más.

¿Qué es un blog? (recogido de otro sitio)

¿Qué es un blog?
Un espacio de lucimiento personal.
Así creo que se publicita: "Publica y comparte con “todo el mundo” tu diario personal."
Pero si un diario es personal ¿A qué viene eso de dárselo a leer a todo quisque?
Se me ocurren dos opciones:
Una. Como digo, por mero prurito de exhibicionismo.
Dos. Con afán de no perderse en uno mismo.
Así me gustaría verlo a mí.
Pero, claro, para eso es necesaria la participación de “otros”. “Los otros”, que para mayor seguridad, con miras al discernimiento, y no a la pérdida de tiempo, conviene que sean conocidos. Gente de confianza, que sepan al menos apreciar el grado exacto de locura, ironía, paranoia, inseguridad, etc. que destilan las palabras escritas.
Y claro, amigos, preocupados por el escribiente, inquietos por sus inquietudes y con voluntad de contribuir a su desarrollo.
Lo tengo comprobado, y no por medio de gnosis, hablarse a uno mismo le vuelve a uno, a una, a mí, a la menda, loca de remate.
Necesito compartir mis palabras, que no puedo llamar pensamientos, por parecerme éstos, aún, quizá para siempre, vedados a mi actividad cerebral, primigenia e infantil.
Necesito, primero, dejarlas escritas para verlas contemplarlas y comprenderlas. Para ver lo que me cuesta decirlas-escribirlas, para ver lo mal que expreso lo que quiero expresar, porque no sé lo que quiero.
Necesito, luego, someterlas al juicio crítico, certero, de mis interlocutores, aparecidos en mi transcurso vital por diversos motivos, pero permanentes, únicamente gracias al afecto, inmerecido pero gratificante, digno del mayor cuidado, del más minucioso mimo.
Por eso dejo escrito esto. Que nadie lee, sino yo cuándo lo escribo.
¿Será mucho exigir?
¿Será demasiado pedir?
No todo el mundo tiene esta necesidad imperiosa que a mí me acucia. Sé de gente que no suelta prenda ni bajo los efectos del más etílico vapor. Gente cercana, a quien nunca logro adivinar siquiera el estado de ánimo.
Y lo siento, lo siento tanto. Porque no sabré actuar cuándo tenga que hacerlo.
No sé hacerlo cuándo se me dice expresamente, ¡como para intervenir por intuición!
Se me ha dicho mil veces. Y lo sé. Dependo de los demás. No de todos.
Hay opiniones y pareceres que me la traen floja.
Pero ¡ay! otros… otros… aún dichos superficialmente, y sin intención… que se me aparecen, no sé por qué, como elementos básicos de mi destino.
“Necesitas la supervisión de un adulto”
“No tienes objetivos”
“No sabes querer a nadie”
“Eres mu’ tonta”
“Deberías dejar de salir con las pilinguis”
“Ya está la que lo sabe todo”
“Eres una cantamañanas”
“Crees que me entiendes pero no te enteras de nada”
A lo peor me estoy mintiendo, una vez más. Me vuelvo a engañar.
¿Será sólo afán de protagonismo mi blog?

viernes, febrero 23, 2007

Divinidad real

“Caga el rey, caga el papa / del cagar nadie se escapa”
(Pintada en la puerta del baño
-era el de chicos, y yo tenía cierta urgencia ineludible-)


Al final, aunque lo haga sobre algodones y oros, aunque pueda mitigar el hedor con perfumes orientales, el rey, como el último de sus vasallos, caga. Y aunque tal cosa sea lo más natural del mundo resulta… humano, demasiado humano: tanto, que llegamos a suponer que Dios (hecho a nuestra imagen y semejanza, pero Dios) no caga. Ni mea. Ni tiene mocos, aunque tenga nariz.
Así pues, la única forma de concebir a su majestad como divina es por medio de las más divinas representaciones. Que venga el pintor de Corte, el escultor de turno, que mi efigie campee convenientemente adecuada por doquier. Y que mi carne sea divisada sólo en el lecho, por las más discretas.
Nada más alejado de la realidad que el Arte: perverso, siempre al servicio del poder, presto a crea imágenes para los fieles. Ah… pero… ¿cuántos son, majestad, los que alcanzan a ver vuestra divina efigie en pintura? Pocos, muy pocos, los demás no importan.
Y llegó la masa, a la que, al parecer, no le gustaban los pasteles… pero eso, es otro cantar.

martes, febrero 13, 2007

¡Qué fastidio!

Me fastidia tener la psicología tan trastornada, tan poco adecuada para nada (¿o es para todo?). Porque (suponiendo que se puedan empezar las frases así) me dificulta la vida. Y me temo que se la hace más difícil a los demás.
Ahora que, después de verles el cogote durante semanas a un montón de bachilleres talludos, voy, ¡por fin? a enfrentarme a ellos, me entran los escrúpulos y el cargo de conciencia. Es normal: Voy a cometer todas las tropelías contra las que siempre he despotricado con encono.
Y me jode... ¡qué fastidio!
A esto se le pueden añadir unos toques de miles de menudencias más que magnifico para que todo el mundo me sonría y divertido me diga aquello de ¡qué exagerada eres! Prefiero que se rían sí, pero no deja de fastidiarme, también, cómo eluden así mis increpaciones. Oyes... que te estoy insultando, y ni se enterán. Y todo por exagerar un poquillo ¡Qué fastidio!
El caso es que estoy de un iracundo... que me parece que voy a partir la boca al primero que me la ponga a huevo.