jueves, enero 22, 2009
Torpezas, exposiciones y fotografías
A mediados del pasado mes pasé una semana en Madrid. Fui para acudir uno de esos cursos con los que me ilustro y actualizo y me limpio la conciencia.
Quise aprovechar la coyuntura para, durante el tiempo libre, sentar mis posaderas en la Biblioteca Nacional y avanzar hacia la consecución de “la innombrable” pero mi natural torpeza me empujo, impía, a varias exposiciones de fotografía. Mi natural torpeza y mi proverbial racanería porque todas era, qué casualidad, gratuitas.
Hubo alguien que me preguntó si no había ido a ver Rembrandt al Prado. Y obviando lo mermado de mi cartera argumenté, toda digna yo, que la pintura ha perdido para mí todo interés, si alguna vez lo tuvo, y añadí, pedante, como requería la situación, que de un tiempo a esta parte, sólo fijo mis ojos en imágenes logradas mecánicamente por la luz. Tengo excusas para todo.
La primera torpeza me llevó a bajarme antes de tiempo del autobús que va de Embajadores a la Plaza de Castilla y dar con mis suelas de goma en la Casa de América donde un cartelón anunciaba una exposición de Korda. Allí puede comprobar cómo un tipo de bigotito pijo se pasó a la revolución y cómo los revolucionarios jugaban al golf, esquiaban en Rusia y fumaban puros, cosas muy pijas todas.
Ahora tengo una nueva visión de las revoluciones y de los pijos, un tanto confusa y apelmazada. Lo tengo todo mezclado y no alcanzo a discernir con claridad... Sea como fuere voy a aparcar mis ansias revolucionarias momentáneamente, porque no quiero pecar de pija, no por falta de voluntad, sino de posibles.
La siguiente torpeza me llevó a pata desde Lavapiés hasta Recoletos en busca de un termohigrómetro barato. De paso me topé con la sede de la fundación Mapfre dónde se exponían obras de Degas y de varios vanguardistas españoles. Dado el módico precio de la gratuitad, sí pude valorar diversas artes manuales. Pero, por favor, no se lo digan a nadie. Guárdenme el secreto.
Grato me fue poder contemplar la serie completa de “Las Hermanas Brown” del fotógrafo Nicholas Nixon. Se trata de más de treinta fotografías en blanco y negro, de gran formato, en que figuran las cuatro hermanas del título, siempre en la misma posición y mirando a cámara. Lo interesante es que hay una foto por cada año, desde 1975 hasta 2007. Así, puede observarse el paso del tiempo, inexorable, cruel y destructor, que cambia las faces y los cuerpos, que achica las sonrisas o las fuerza a sobrevivir a la adversidad y surgir a golpes de satisfacción. Emotivo porque mezcla el miedo a la vejez con la conciencia de su inevitabilidad. La tristeza de hacerse mayor y el logro de saber hacerlo.
A la última exposición llegué sin torpeza mediante. Me limité a quedarme en el autobús y en vez de bajarme en la Biblioteca Nacional terminar el recorrido en la plaza de Castilla. Así que esta vez me llevó la pereza que, miren por donde, tiene sus ventajas. Allí, en el centro cultural “Canal de Isabel II” había una exposición de fotografías sólo de mujeres. Curioso el tema, porque ¿a alguien en su sano juicio se le ocurriría hacer una exposición sólo de hombres? Se ve que como han chupado tanta cámara a lo largo de la historia su presencia se ha vuelto tan obvia que no merecen convertirse en un “tema fotográfico”. Claro que serlo la mujer no deja de manifiesto sino que sigue siendo un objeto. Un objeto admirable, sí, como un buen cuadro, o un plato delicioso. Un objeto a contemplar, y no un sujeto que actúa.
¡Ay, qué dolor! No sé si me escuece la envidia (por la hermosura ajena) o si me pica la dignidad.
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Desplazamientos sin apelmazamiento
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