miércoles, octubre 31, 2007

No voy a disculparme, pero llevo un año mintiendo.
Hubo un tiempo en que sí, la afirmación era cierta: Tenía 27 años. Pero de eso hace ya...
El proximo mes, un día de los que le componen, haré 29.
Me he saltado los 28 por vergüenza. Porque no merezco tenerlos.
Ahora camino cavizbaja hacia los treinta que espero sean piadosos con mi infancia, magnánimos con mi adolescencia y displicentes con mi juventud.
Dicen que intentaba juntar las letras, y que a veces le salían palabras. Los más avispados aseguraban que sufría un trastorno en su desarrollo y que no lograría ¡jamás! formar una frase. Hubo quién recordó a los sesudos lo del 31 de octubre del 2003, pero en seguida atajarón su defensa citando la sentencia del Tribunal Supremo que certificó lo casual del acontecimiento. Ella, mientras tanto, ajena a los gritos, seguía jugando con los cubos, de seis caras cada uno, con una letra por flanco. Un anciano, que pasaba por allí, inadvertido, la felicitó por lo bonico de la construcción.
Tengo poco tiempo, se decía así misma, mientras se apretaba el vientre, fuerte, con ambas manos. No voy a llegar, y a su paso: el hedor de la muete, el reguero pestilente del que abandona la vida. Lanzó el brazo para hacer llegar su mano al mecanismo de apertura de la puerta, pomo, lo llamaba su madre, picaporte su padre, nunca se pusieron de acuerdo en nada, pero no pudo ser, en el momento en que aflojó la sujección del vientre, liberóse el intestino de su débil represión. El cuadro resultante... No puedo seguir, no puedo seguir.