viernes, noviembre 14, 2008

CONFUSIÓN y III



Insisto, insisto, estoy confusa.


A parte de lo incómodo que es mentir, para tener credibilidad, mis gustos personales no me causan ningún trastorno y los llevo aunque en secreto, con alegría. Lo que si me trae por por la calle de la amargura es que ni a Savater ni a Krahe, mis ídolos, yo les gustaría lo más mínimo si tuviera ocasión de ponerme frente a ellos. Eso sí que me jode, me frustra, me disgusta y me lleva a maltraer. Este es, pues, el quid de la cuestión.

Porque bien se les puede presuponer a ambos, hombres sensibles y de notables capacidades literarias, cierto atracción por la belleza femenina descrita desde el origen de los tiempos por los poetas y centrada exclusivamente en los rasgos físicos. Que si unos labios carnosos, que si unos ojos grandes, unas largas pestañas una nariz pequeña y afilada, un busto prominente, una cintura estrecha y unas caderas generosas. Atributos todos ellos de los que carezco. 

Yo, a lo sumo, sé contar chistes, principalmente porque suelo acordarme de ellos. Pero claro, eso no tienen ningún “sexapil”. 

Alguna vez he intentado adoptar alguna pose de esas que llaman sensual. Pero los resultados son tan irrisorios como los de los chistes. 


Dicen mis amistades que no me sé vender. Que me desaprovecho. Lo dicen, claro está, porque son mis amistades y no les gusta verme cabizbaja. Que si me tengo que poner camistitas ajustadas, que si falditas, que si el pelo no sé como, que si hay que maquillarse, que si tal que si cual. Y todo me parecen incomodidades. Las camisitas esas me sacan las lorzas a relucir, las faldas, me cago en tó ¿cómo hace una para sentarse con faldas? Y si me maquillo o me arreglo el pelo tengo que estar con mil ojos para no menearme demasiado y que se me salga un mechón o se me corra el rimmell. 


Soy consciente de que esto es un defecto mío. No veo que a ninguna mujer le cause trastorno alguno las capas de maquillaje con que se embadurna y tampoco parece preocuparles lo más mínimo el tiempo invertido. Tiempo que desde luego sus hómologos masculinos no tienen que emplear. ¿O sí?


Porque para rematar la pena, en el camino hacia la igualdad entre los sexos, en lugar de permitirnos a las mujeres, como a los hombres, lucir sin motivo de vergüenza los pelos de las piernas, resulta que se ha obligado a los hombres, en aras de la metrosexualidad, iniciarse en los placeres de las ceras. 


Así que doblemente jodida me encuentro. Porque fea y desarregalda debo enfrentarme a un montón de maromos maqueados hasta la punta de los pies. 

Vale, está bien. Me voy de rebajas (a esas alturas del año), pero que conste en acta: Lo hago a regañadientes.