Hoy cumlo 29 años y no hago más que recibir mensajes contradictorios. Estoy confusa. En el curro (o como se llame) me han asegurado que son pocos años (no me fío de esas pécoras, capaces de asegurar la bondad del diablo sólo por agasajarle). Mis colegas del mus, coinciden, y ellas, seguro, que no me mienten (son las mejores tirándose faroles, pero no se cortan un pelo a la hora de advertirme que tengo colgando un moco). Mis amiguitas las pelanduscas me miran con pena, y tuercen la cabeza, mientras me aseguran que aún no tengo treinta. Las que viven en la capital, sin tapujo ninguno me han llamado vieja y ¡pelleja! a la cara.
Y yo, que sigo calentando los tapers de la mía mamma en el micro. Que sigo compartiendo un piso, tan cutre como acojedor. Que aún soy becaria. Que no dejo de emborracharme ningún fin de semana. No sé que pensar. Me atrevería a jurar que aún tengo 18, a juzgar por lo lo juvenil de mi precariedad. Pero el carné no engaña. Pone 1978 y estamos en el 2007.
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