Si a cualquiera de uds. (ya sé que no son muchos, y que la mayoría son conocidos, pero bien saben que me pierden las retóricas hueras) les ofrecieran ir en Agosto a Madrid no dudarían en negarse rotundamente: Vamos por Dios. Todo el mundo (que puede) se va de la capital en tales fechas ¡por algo será!
Imagino que las fiestas de San Cayetano, San Lorenzo y la Blanca Paloma, allí en eso que llaman el Distrito Centro y que es a saber lo más castizo del casticismo (las delicias de Unamuno), no sería suficiente aliciente para uds. los sabios que se agostan en la costa.
Pero resulta que a algunas, a nosotras mismas, por ejemplo, Lavapiés nos fascina. Desde que supimos que era algo más que una calle del Monopoli y mucho mas que una constante televisiva no vacilamos ni un instante en acudir a mirar al sol allí dónde el sol tanto aprieta. Que hasta a las ocho de la tarde eleva la temperatura a cuarenta y subiendo.
Sudando, picadas por miles de mosquitos, avergonzadas de nuestra escasa capacidad de remar, tiradas en el sofá suplicando al ventilador que por favor se acelere, incapaces de hacer funcionar un tocadiscos (qué pronto se nos olvidan los aprendizajes de la infancia), recordando viejos tiempos y augurándonos un futuro lleno de gatos, hemos consumido un fin de semana en la capital del reino.
Y será la ignorancia, o el pelo de la dehesa, pero los madriles son flipantes. Todo fascinante. Desde le hippi de verbenas que te pide tabaco y no hace más que eso, el cabrón, pedirte tabaco, hasta el rastas insensato que apaga el suyo en nuestro catxi (mini lo llaman allá). Desde el tipo ese de Cuenca que cosecha en Lerma y al que no se encuentra nada más que decir, por mucho que se piensa y se repiensa, y se vuelve a pensar. Hasta aquellos otros que llevan una camiseta de Criticar X Criticar y que si fueran en busca de Bisbal pues ni tan mal, pero yendo a por tecno..., la cosa cambia.
Y así, con los ojos como platos, fotografiándonos en todos los escenarios posibles, con la regla jodiendo la marrana, hemos estado haciendo la nada como el más elevado logro.
Me ha dado por llegar a la brillante conclusión de que la culpa no es de Madrid. Ni del calor. Ni del barquero que no da instrucciones. Ni de la inflación. Ni del mercantilismo. Ni del terrorismo de Estado en Colombia.
Lo siento, chicas, no sé por qué, pero la culpa es nuestra.
Che, boludo, no sos vos... etc.