lunes, enero 19, 2009

Las botas


Acabo de limpiarme las botas. ¿Ah, pero se limpia ud. misma las botas? Pobre, no tener arrestos para arrodillar a alguien que a lengüetazos las haga relucir. Es lo que tiene, sí, la pobreza (de espíritu) que obliga a una a plegarse a todo tipo de labores por no tener (espíritu) con qué pagar el trabajo bien hecho.
Me ha dado por ahí porque mi hermano, el que se ha ido a Malta, al mudarse de su piso me entregó una bolsa llena de turrones, un paquete de leche y un bote de Nivea abierto. Uno de esos de lata que tantos recuerdos nos traen a quienes esperábamos ansiosos en la playa a que una avioneta hiciera llover grandes balones publicitarios con los que jugar en el agua.
Y llevada por la nostalgia me apliqué con fruición el ungüento blancuzco y me abrillanté el rostro como si acabara de comerme, yo solita, un cochinillo asado a la sombra de un acueducto.
Y así de luminosa y fulgurante, supurando nivea por todos los poros de mi rostro, me vi en el brete de recibir a mi nuevo compañero de piso que, si me dejo guiar por el tópico no debió de fijarse en el cuadro, aunque me caben dudas, dudas infinitas.

Más tarde supe, por boca de Estrella (astro luminoso que ilustra en el camino), que “dicen las marus que la nivea hace que te salga pelo”. Pero qué me dices, por el amor de Dios, como si no tuviera suficiente pelambre corporal. Lo dejo. Nunca más una gota de nivea sobre mi piel.

Y de ahí que haya dado en aplicar el producto en cuestión en las botas que, si pelechan, mejor para ellas y a mí plin. Andaban además muy sucias por mor de la peatonalización y mejora del entorno que debo recorrer a diario para trabajar, surcado de obras embarradas y curris oscuros, por lo oscuro de la hora a la que dirijo mis pasos por las zanjas.

Y de bota a bota y tiro por me toca. Porque resulta que, además, mi última obsesión (que se añade a todas las demás), ronda en torno a la adquisición de unas botas de esas altas que están tan de moda, y que se llevan por encima del pantalón o con medias y faldas.
Y vean mi desesperación de escaparate en escaparate, los ojos desencajados por el precio, el alma podrida por los complejos, a la busca y captura de un imposible.
Y miren mi vista cansada de otear a todas las mujeres ¡todas! taconeando con sus botas altas, ya marrones, ya negras.
Oh, pecadora, ¿y por que ascienden ahora tus ojos a través del pantalón hasta las nalgas? ¿Pero esos culos son de verdad o fruto de la prenda? que bien sé por mi experiencia que algunas hay que te lo voluminizan y otras que lo hacen desaparecer, como si nunca hubiera estado ahí.
Oh, pecadora, condenada, por culpa de unas botas, a indagar en los glúteos de toda prenda que se te cruza por delante.
La culpa es de las rebajas ¿quién es la necia que no sabe aprovechar tan suculenta ocasión? Me casoensoria, con lo bien que estaba yo sin tener que “disfrutar de las rebajas”.