martes, noviembre 11, 2008

UNA DE AQUÉLLAS.

Él era un príncipe, apuesto. Ella, un poco pilingui. Los versos más hermosos les unieron para siempre. Empezaron amándose con nocturna periodicidad. Para cumplir con el hilo de la historia compraron un barco pirata a plazos. Discutieron por los pagos. Atracaron en las playas. Tuvieron hijos que descubrieron América. Dejaron de amarse. Nunca se lo dijeron. En la Isla del Tesoro, sus tumbas, parejas, lucen por epitafio los versos más hermosos.

Cada vez que dos, o más, van a rendir cuentas a sus muertos y, descuidados, pasan por allí, se enamoran sin remedio. Hay quienes empiezan a amarse tan súbitamente y con tanto ardor incombustible, como una zarza que clama en el desierto, que a punto ha estado el cura de hacer una prohibición, quiero decir, otra. Pero, gracias a Dios, él tampoco ha podido sustraerse al efecto arrebatador de los versos más hermosos.