miércoles, noviembre 19, 2008

INSOMNIO

Admiro mucho a la gente que no duerme (una noche, al menos). 

Es curioso porque, según recuerdo, cuando empecé este blog (¡qué tiempos aquellos¡ ¡hace años ya!) pasé varias noches en blanco envuelta en fotografías y letras que se me rebelaban sin piedad. Luego me arrastraba por el día viendo a San Antoñito de Padua metiéndole mano al Niño Jesús y recibiendo collejas de Tayler Durden revestido de Brad Pitt.


Y aquí me tienen ahora, sin poder dormir, por obra y gracia de una mierda de bebida energética a la que no he sabido resistirme. Porque, verán, esta tarde, en la facultad, un par de jovencitas ataviadas con polos raperos entregaban a la entrada unas grandes latas de no sé que Burn, made in Coca-cola. Más que entregarla te la plantaban delante de la cara y, o la cogías o te estampabas contra ella primero y contra la puerta después. Una promoción, argumentaban, y todos como locos avituallándose como si fuera a acabarse el mundo. Ya se sabe que cuando algo es de gratis, aunque sea veneno, se acepta sin rechistar ¡faltaría más!


La lata en cuestión era, para más inri, de esas grandotas que abultan como dos de las standares. Y no se me ha ocurrido otra cosa a mí que abrirla y darle un buen lingotazo mientras distraída consultaba el correo antes de entrar de lleno al tajo. Un sabor dulzón primero y luego punzante en la lengua, desagradable a mí insípida incapacidad de sibarita. Pero, chico, el comer y el rascar todo es empezar y yo venga a empinar el codo hasta que advierto entre los ingredientes un “alto contenido en cafeína” y un “no es recomendable beber más de tres latas en un día”. Joder, me digo yo, que soy de un cafetero que ni Gometero ni Juan Valdés juntos me superan, qué forma más extraña de indicar una cantidad. Estos científicos de la Coca-cola, pienso, se debieron perder la clase de pesos y medidas. 


En un acto de sumo raciocinio me dirijo al baño para tirar por el lavabo el contenido antes de deshacerme de la lata y contemplo, al verter el líquido en cuestión, que es de color azul. Me cago en todo. Les pareceré snob, pero no me gusta beberme cosas de color azul. Maniática que es una. 


Y aquí me tienen ahora, sin poder dormir. Condicionada, sin duda, por las advertencias apocalípticas de una bebida energética. 


Y vuelve de nuevo a ser curioso porque mucha de la gente que conozco que puede pasarse una noche sin dormir, se sostiene a base de alcohol (Hm... ¿estaré pecando de inocente? Nada puedo decir de lo que no veo). Ese mismo producto que a mí me produce un soporcillo cálido que me hace sucumbir en brazos de mi amado Morfeo hasta el punto de no necesitar llegar a mi cama para echar una cabezadilla.


Ah... lo que daría ahora por una cerveza y qué no diera por un Jack Daniel’s.