miércoles, septiembre 20, 2006

Escribo fragmentadamente, como veo la televisión, como escucho música. Y reitero, repito, reincido, hasta la saciedad. No sé poner las comas. No hilvano el discurso.
Para mí, las frases son piezas de un puzzle informe, que yuxtapongo sin que encajen. Una detrás de otra, sin tocarse. Signo de los tiempos. Las Señoritas de Avignon. Pero llega la época de las Redes y es preciso volver a tejer la malla del mundo. Lo hemos roto, desestructurado. Ahora hay que montarlo de nuevo.
Y aquí el problema de los conectores, esas partículas-nudos que atan unas frases a otras. Conjunciones, expresiones que supeditan unos pensamientos a otros. Nada debe quedar fuera.
Es preocupante. Creí que era concisa, que recurría a las elipsis con plena conciencia cuando, al parecer, en realidad, simplemente acumulo los datos con mayor o menor orden. Grave error. Preclaro síntoma de una enfermedad que espero curable (¡Con lo que me gusta estar enferma!).
Causa y efecto. Todo hecho es producido y provoca a su vez otro fenómeno. ¿Puedo cuestionarlo? ¿No lo ha hecho ya la filosofía? ¿O ha hecho todo lo contrario?. Debería prohibírseme el escepticismo. No estoy preparada para el pensamiento crítico. No ordeno mis ideas. Estoy sometida a una continua tormenta. Porque el orden me es odioso. ¿Por qué el orden me es odioso?. Posiblemente (¡sin duda!) porque exige un esfuerzo, y soy perezosa. Eso soy. Esa es mi esencia. Habrá quienes tengan alma. Habrá quienes estén poseídos por la maldad. Yo, despojada, soy la Pereza.