He visto mi deseo.
Me lo he sacado de las tripas en un arrebato de curiosidad. Me he hincado las uñas debajo del diafragma en el momento justo de la inspiración y he tirado fuertemente hacia arriba durante la exhalación. Ha salido disparado.
Era un amasijo informe que gritaba con mil voces chirriantes. Bajo la película sanguinolenta de mis entrañas se escondía una masa gelatinosa de color verduzco, como la envidia. ¿Esto es mi deseo? he pensado decepcionada. Pues vaya mierda. Y ahí lo he dejado, en mitad del salón.
Luego, he vuelto a recogerlo. No me parecía conveniente dejar sin limpiar mis heces.
Ya no era sino una pequeña piedra negra como el tizón y humeante. Ni sombra del sebo chillón de hace un momento. Está muerto, confirmé. Qué poco ha durado.