Los malvados, de habitual malencarados, de mirada torva y ceño fruncido, cuando reímos lo hacemos a carcajadas. Y resuenan nuestras risotadas como las de la bruja mala del cuento y a todos llega nuestro escandaloso reír. Sepan, parece que gritáramos, que por un momento nos regocijamos y el mundo se nos figura, de forma pasajera, risible.
Ah, con qué ganas saltan punzantes las lágrimas, con cuánto esfuerzo hemos de apretarnos el vientre para evitar que los intestinos se desplacen, por los ímpetus intermitentes, hasta la boca abierta de par en par, y se deslicen fuera del cuerpo caliente y húmedo.
Porque la gente buena, no se carcajea, no. Llevan siempre la sonrisa plácida, puesta a modo de anuncio luminoso, fruto de la seguridad y la fe en Dios, en el Capitalismo o en el Amor.
Los malvados no tenemos fe. La perdimos cuando Dios nos echó un escupitajo en el ojo, sin querer, al sermonearnos por enésima vez; cuando no encontramos forma alguna de progresar ni amasar fortuna, por más que gastábamos y gastábamos nuestro preciado tiempo; y cuando la flecha de la pasión, con tanto fervor buscada, finalmente nos atravesó, para quedársenos atravesada. Nosotros, los malvados sin fe, a penas sonreímos.
Pero, me cago en Dios, en el Capitalismo y en el Amor, ja, ja, cuándo reímos, hay que ver cómo reímos.