- Qué poco mundo tenemos, Manolo...
- ¡Que me llamo Jaime, joder!
- Perdona chico que me he inquivocau.
- ¿Te gustaría, a caso, que yo te llamara Lola?
- Ni siquiera me has preguntado el nombre, así que no me vengas ahora con remilgos.
- Qué poco mundo tenemos, Manolo.
- Y que lo digas, reina.
- ¿Para qué habremos salido del pueblo, si nos ha dado lo mismo?
- Lo mismito, vamos. Igual aquí que allá.
- Si cada vez que viajamos, para ver mundo, no nos enteramos de nada.
- Tienes razón.
- ¿Recuerdas, a caso, como era la catedral de Beauvais?
- Mucho grande, mucho grande y zás, se les cayó.
- Qué poco mundo tenemos, Manolo.
- Ay, Eloisa, ay.
- Apenas venimos de nacer.
- Y yo, sin embargo, ya te quiero para toda la vida.
- Manolo, Manolo, que no nos quitamos el pelo de la dehesa ni con caramelo hirviendo.
- Querida, yo no te quitaría ningún pelo del cuerpo, ni esos hirsutos que díscolos se yerguen en los momentos más inoportunos.
- Manolo, Manolo para el poco mundo que tenemos hay que ver lo que gozamos.
- Qué poco mundo tenemos, Manolo.
- Poco, muy poco.
- Mira que a mí eso me frustra mucho
- Pues no te de frusfrus por fruslerías, cariño.
- Si es que no me entiendes. No comprendes que el verme tan raquítica me destroza el alma.
- Sin exagerar, que buenas carnes te cuelgan, que bien lo sé, que con ellas me satisfago.
- Ves, lo que yo decía...
- Qué poco mundo tenemos, Manolo.
- Y cómo se aprovechan de nuestra ignorancia.
- Date cuenta de que no hace falta tener grandes cualidades para chuparnos las entrañas.
- Luego tenemos menos mundo aún del que pesamos.
- Pero ¿pensamos?
- Va a ser eso.