jueves, octubre 09, 2008

Shakespeare y la tortilla de patatas...


Verán. 

De un tiempo a esta parte no tengo más ingresos que aquellos que, generosos, me prodigan mis padres, sin más condición que verme feliz y contenta. 

No me compran, sino que me sostienen con amoroso primor. 

Sé que a estas alturas de mi transcurso vital llegar a tal situación es una torpeza. 

He cometido el peor de los pecados. He sido muy torpe, y ya no tiene remedio.

Estoy muy avergonzada... 

En estos momentos yo debería estar pagándoles el masajista, llevándoles de crucero, y amenizando sus tardes con nietecitos la mar de educados, nada chillones.

En lugar de eso, sigo siendo el sumidero de dinero, comida y ropa que siempre he sido. 

Para curar mi conciencia he prodigado currículums por doquier, incluida la Red, por supuesto, con pésimos resultados.

La última hornada de relación de mis méritos ha ido a las Academias, esos sitios dónde las mamás llevan a los niños por la tarde... y dónde jóvenes sobradamente preparados van a aprender idiomas...

En todas ellas me aseguran que necesitan profesores de inglés. Sobre todo eso, profesores de inglés. Tengo entendido que muchas de estas Academias envían, además, a sus profesores a empresas. 

Así he llegado al convencimiento de que aquí no sabe inglés ni Dios. Vamos, que el que sabe inglés es Dios. Y que el que no lo sabe no lo va a aprender nunca, por mucha academia a la que vaya. 

A ver, what’s the problem? De dónde nos viene esta incapacidad por aprender la lengua de Shakespeare, de dónde este estar toda la puta vida jodido y angustiado estudiando algo que no se aprende. Porque ya llevábamos mal las clases en el Instituto... Pero llegar al  mundo laboral (el que llega, claro) y que te vuelvan a colar unas cuantas sesiones más... ¿no roza la tortura?