La sexofobia es un extraño mal que, por lo que se sabe hasta el momento, sólo afecta al sexo y género femenino.
Se está indagando últimamente sobre si hay sujetos de otros sexos y géneros también aquejados de tales padecimientos.
Su diagnóstico es difícil, pues quien lo sufre no suele reconocerlo, no por dignidad, que bien pudiera ser, sino por lo inverosímil del hecho.
Habitualmente se presenta de forma más o menos clara tras largos períodos de inactividad. Bien es cierto, no obstante, que la dicha longitud temporal es muy variable. Hay quienes ya sufren los rigores de la incertidumbre tras un par de meses (o semanas) y quienes no se aperciben de ellos hasta pasado un año (o varios, o muchos, incluso).
Lo realmente curioso es que se puede dar también en personas desde la más tierna infancia. Que esto sea fruto de la genética o de la cultura queda aún por dilucidar.
Como indica la etimología los síntomas son cierta aversión al ayuntamiento carnal, no por deseo expreso (no hay voto mediante alguno), sino por una acumulación de pudores inexplicables.
En la actualidad se exponen en el mercado multitud de remedios, bagatelas sin sustancia destinadas, como todo en el mercado, a sacarnos los cuartos.
Ha llegado a mis oídos que un generoso gurú, misterioso y difícil de encontrar, ha diseñado una terapia, totalmente gratuita, que se adapta a cada caso como un guante.
Las informaciones proceden de fuentes my diversas y son, en ocasiones, contradictorias. Vengo recogiendo noticias por doquier que hacen referencia a ejercicios continuados que van desde miradas insistentes hasta profundas penetraciones, desde lustros consagrados a una paulatina adaptación hasta terapias de choque ciertamente impactantes.
Sea como fuere es preciso no olvidar que cualquiera de sus vecinitas de enfrente podría, la pobre, sufrir en silencio la enfermedad. Tampoco la más insinuante diosa de la pista, esa que parece estar llamándote con el movimiento sinuoso de sus caderas, tiene por que verse libre de tan odiosa afección. Tras el escote más sugerente puede ocultarse la más triste sexofóbica.
Sabe pues, atrevido conturbador, que habrás de proceder en consecuencia.