Salió de la casa desnuda, herida por la locura del encierro, sin conciencia de la realidad. Hundió la cabeza en el primer vómito nocturno que encontró, pero no logró ahogarse. Se arrancaba a puños los cabellos de la cabeza y lloraba y gritaba y enrojecía de cólera mientras los viandantes, atemorizados, esquivaban sus amenazas.
Llegaron los municipales.
viernes, agosto 25, 2006
¿Qué dices que quería?
Quería morirse y no dejaba de imaginar mil formas de suicidarse, de matarse a sí misma, de hacer, por fin, algo decente con la vida, esa misma que no había solicitado o que si pidió, obviamente, lo hizo desde la inconsciencia, como todo lo que había hecho hasta entonces.
Quería matarse y se imaginaba mil formas de tortura previa, pues en su país, en su democracia de burdel, conseguir un arma de fuego expeditiva era muy difícil y costoso, no merecía la pena.
Lamentablemente no podía lanzarse al vacío, ni cortarse las venas, ni tirarse al río, ni ahorcarse, ni ninguna de las otras formas de rigor, porque estaba segura de que en el último momento iba a arrepentirse, tan voluble era.
Así que no sabía cómo desaparecer. Pensó, de aquella forma reincidente y torpe que ella consideraba actividad cerebral por ser la única que le runruneaba en derredor pero que en realidad no alcanzaba el rigor sináptico requerido, pensó que si se dejaba llevar por el hastío tal vez lograría morir de hambre, o de asco o de simple aburrimiento, de tal forma que si perfeccionaba su apatía no habría vuelta atrás pues caería en el firme convencimiento cínico de que no hacer nada era la mejor de las opciones.
Se acurrucó en la cama, desnuda, y no volvió a salir jamás.
Quería matarse y se imaginaba mil formas de tortura previa, pues en su país, en su democracia de burdel, conseguir un arma de fuego expeditiva era muy difícil y costoso, no merecía la pena.
Lamentablemente no podía lanzarse al vacío, ni cortarse las venas, ni tirarse al río, ni ahorcarse, ni ninguna de las otras formas de rigor, porque estaba segura de que en el último momento iba a arrepentirse, tan voluble era.
Así que no sabía cómo desaparecer. Pensó, de aquella forma reincidente y torpe que ella consideraba actividad cerebral por ser la única que le runruneaba en derredor pero que en realidad no alcanzaba el rigor sináptico requerido, pensó que si se dejaba llevar por el hastío tal vez lograría morir de hambre, o de asco o de simple aburrimiento, de tal forma que si perfeccionaba su apatía no habría vuelta atrás pues caería en el firme convencimiento cínico de que no hacer nada era la mejor de las opciones.
Se acurrucó en la cama, desnuda, y no volvió a salir jamás.
El genio de la lámpara
Cuenta la leyenda que Nobel no instituyó un premio para las Matemáticas porque su chorba le dejó por un pitagorín. Pero claro, los números no iban a ser menos que las letras ¿cuándo se ha visto tal cosa? y, al parecer, existe un galardón equivalente sólo para las mates. Este año, se lo han concedido a un tipo ruso, cuya pésima imagen divulgan sin pudor los medios de comunicación, por haber desentrañado no se qué de no se quién. Una cosa muy chunga y muy difícil, que sin embargo, debe de ser, para algunos la mar de entretenida. Y hete aquí que el tipo en cuestión, extravagante él, lo ha rechazado displicente, porque, según dice, no se siente parte de la “comunidad científica”. Muerte al corporativismo y a las redes clientelares. A mí estos actos de rebeldía siempre me han enternecido. Un buen corte de mangas a tiempo y dan ganas de reconciliarse con la condición humana, que aún tiene especimenes desvinculados del gran burdel de la “zoociedad” que diría mi idolatrada Mafalda.
He oído en el telediario que el tipo daba clases en la universidad y que como toda la peña empezaba a atosigarle por sus grandes descubrimientos se ha exiliado a un piso cochambroso desde el que publica, supongo que desinteresadamente, sus descubrimientos por internet. Al parecer su mundo se reduce a las Matemáticas y no logra concebirlas como un medio lucrativo. Peculiar que nos ha salido el colega.
Y a mí, esto de dar conocimiento de forma gratuita, me conmueve hasta las cachas. Porque da buenos resultados, como Linux, que se ha ido forjando con las aportaciones de un montón de friquis apasionados por lo que hacen y no haciendo cosas para sacar pasta gansa (o simplemente la necesaria para subsistir). Pero luego, como no concibo la felicidad más allá de una leve ráfaga pasajera, he querido desilusionarme y he empezado a pensar que seguro que el genio de las matemáticas es un tipo insoportable, invivible.
A veces, creo, he coincidido con algún genio, con uno de esos seres excepcionales cuyo reino no es de este mundo, o cuyo mundo, no es reino sino república de las ciencias. Y, en efecto, me son nocivos para la salud. No está sujetos a las normas básicas que empleamos los mortales para relacionarnos, como pedir las cosas por favor y dar las gracias por las dádivas. Y eso, resulta chocante. Además suelen plegar su entorno inmediato a sus concepciones, no asumiendo ninguna otra posibilidad por antojárseles siempre pobre, insuficiente, digna de erradicación.
A mí, que soy simple, me repugna ese comportamiento, aunque me limito a disimularlo y reirle las gracietas al superhombre/supermujer de turno. Es un problema grave, este que me aqueja, y que procuro eliminar con muy poco éxito, pues me vence la vanidad. No logro reprimir el típico “qué se habrá creído”, y supuro mala bilis por doquier. Sigo con mis prácticas de epicureismo en pos de la ataraxia, pero en cuanto se me cruza un genio por la mirada perdida, se me jode la terapia.
Envidia sin duda, que es lo que les pasa a todos los grandes, y que, además, es deporte nacional de la piel de toro.
He oído en el telediario que el tipo daba clases en la universidad y que como toda la peña empezaba a atosigarle por sus grandes descubrimientos se ha exiliado a un piso cochambroso desde el que publica, supongo que desinteresadamente, sus descubrimientos por internet. Al parecer su mundo se reduce a las Matemáticas y no logra concebirlas como un medio lucrativo. Peculiar que nos ha salido el colega.
Y a mí, esto de dar conocimiento de forma gratuita, me conmueve hasta las cachas. Porque da buenos resultados, como Linux, que se ha ido forjando con las aportaciones de un montón de friquis apasionados por lo que hacen y no haciendo cosas para sacar pasta gansa (o simplemente la necesaria para subsistir). Pero luego, como no concibo la felicidad más allá de una leve ráfaga pasajera, he querido desilusionarme y he empezado a pensar que seguro que el genio de las matemáticas es un tipo insoportable, invivible.
A veces, creo, he coincidido con algún genio, con uno de esos seres excepcionales cuyo reino no es de este mundo, o cuyo mundo, no es reino sino república de las ciencias. Y, en efecto, me son nocivos para la salud. No está sujetos a las normas básicas que empleamos los mortales para relacionarnos, como pedir las cosas por favor y dar las gracias por las dádivas. Y eso, resulta chocante. Además suelen plegar su entorno inmediato a sus concepciones, no asumiendo ninguna otra posibilidad por antojárseles siempre pobre, insuficiente, digna de erradicación.
A mí, que soy simple, me repugna ese comportamiento, aunque me limito a disimularlo y reirle las gracietas al superhombre/supermujer de turno. Es un problema grave, este que me aqueja, y que procuro eliminar con muy poco éxito, pues me vence la vanidad. No logro reprimir el típico “qué se habrá creído”, y supuro mala bilis por doquier. Sigo con mis prácticas de epicureismo en pos de la ataraxia, pero en cuanto se me cruza un genio por la mirada perdida, se me jode la terapia.
Envidia sin duda, que es lo que les pasa a todos los grandes, y que, además, es deporte nacional de la piel de toro.
En la carpeta...
En la carpeta “Mis documentos” hay otra titulada “mis cosas” destinada a disimular, entre los documuentos de apariencia importante, otros de carácter más personal. Son mis devaneos pseudoliterarios y otras rarezas con que me retrato sobre el lienzo podrido de Dorian Grey, pero sin belleza que mostrar a cambio. En ella acumulo sin orden ni concierto textos varios con los más variados destinos. Desde responder alguna carta, casi nunca tórrida, hasta cuentos y relatos cortos, la mayoría a medio terminar o siempre dispuestos para la continua revisión. Soy la reina de la procrastinación, palabra con la que gusto procrastinar el cielo que está procrastinado hasta que algún desprocrastinador hábil sepa desprocrastinarlo. Así que no es raro, en aquél cajón de sastre, tener otro desastrado cajón en el que acumulo notas sueltas. Notas que, siguiendo algún consejo rescatado del aire, ha de tomar todo buen aspirante a la plasmación del mundo en blanco sobre negro, o en rosa palo sobre verde pistacho. Normalmente las acumulo sin más, evitando que puedan ser de la más mínima utilidad, pues se ve que la conseja rescatada no lo fue del todo, y no me llegó la onda sobre qué hacer con las dichosas. Eso sí. Cuándo aburrida me da por releerlas, encuentro todo tipo de sensaciones. Desde la vergüenza, hasta la nostalgia, pasando por las ansias o el mero entretenimiento. Casi siempre sorpresa, por no recordar qué motivó el ripio. Nunca inspiración para algo de provecho.
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