Quería morirse y no dejaba de imaginar mil formas de suicidarse, de matarse a sí misma, de hacer, por fin, algo decente con la vida, esa misma que no había solicitado o que si pidió, obviamente, lo hizo desde la inconsciencia, como todo lo que había hecho hasta entonces.
Quería matarse y se imaginaba mil formas de tortura previa, pues en su país, en su democracia de burdel, conseguir un arma de fuego expeditiva era muy difícil y costoso, no merecía la pena.
Lamentablemente no podía lanzarse al vacío, ni cortarse las venas, ni tirarse al río, ni ahorcarse, ni ninguna de las otras formas de rigor, porque estaba segura de que en el último momento iba a arrepentirse, tan voluble era.
Así que no sabía cómo desaparecer. Pensó, de aquella forma reincidente y torpe que ella consideraba actividad cerebral por ser la única que le runruneaba en derredor pero que en realidad no alcanzaba el rigor sináptico requerido, pensó que si se dejaba llevar por el hastío tal vez lograría morir de hambre, o de asco o de simple aburrimiento, de tal forma que si perfeccionaba su apatía no habría vuelta atrás pues caería en el firme convencimiento cínico de que no hacer nada era la mejor de las opciones.
Se acurrucó en la cama, desnuda, y no volvió a salir jamás.
viernes, agosto 25, 2006
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