Cuenta la leyenda que Nobel no instituyó un premio para las Matemáticas porque su chorba le dejó por un pitagorín. Pero claro, los números no iban a ser menos que las letras ¿cuándo se ha visto tal cosa? y, al parecer, existe un galardón equivalente sólo para las mates. Este año, se lo han concedido a un tipo ruso, cuya pésima imagen divulgan sin pudor los medios de comunicación, por haber desentrañado no se qué de no se quién. Una cosa muy chunga y muy difícil, que sin embargo, debe de ser, para algunos la mar de entretenida. Y hete aquí que el tipo en cuestión, extravagante él, lo ha rechazado displicente, porque, según dice, no se siente parte de la “comunidad científica”. Muerte al corporativismo y a las redes clientelares. A mí estos actos de rebeldía siempre me han enternecido. Un buen corte de mangas a tiempo y dan ganas de reconciliarse con la condición humana, que aún tiene especimenes desvinculados del gran burdel de la “zoociedad” que diría mi idolatrada Mafalda.
He oído en el telediario que el tipo daba clases en la universidad y que como toda la peña empezaba a atosigarle por sus grandes descubrimientos se ha exiliado a un piso cochambroso desde el que publica, supongo que desinteresadamente, sus descubrimientos por internet. Al parecer su mundo se reduce a las Matemáticas y no logra concebirlas como un medio lucrativo. Peculiar que nos ha salido el colega.
Y a mí, esto de dar conocimiento de forma gratuita, me conmueve hasta las cachas. Porque da buenos resultados, como Linux, que se ha ido forjando con las aportaciones de un montón de friquis apasionados por lo que hacen y no haciendo cosas para sacar pasta gansa (o simplemente la necesaria para subsistir). Pero luego, como no concibo la felicidad más allá de una leve ráfaga pasajera, he querido desilusionarme y he empezado a pensar que seguro que el genio de las matemáticas es un tipo insoportable, invivible.
A veces, creo, he coincidido con algún genio, con uno de esos seres excepcionales cuyo reino no es de este mundo, o cuyo mundo, no es reino sino república de las ciencias. Y, en efecto, me son nocivos para la salud. No está sujetos a las normas básicas que empleamos los mortales para relacionarnos, como pedir las cosas por favor y dar las gracias por las dádivas. Y eso, resulta chocante. Además suelen plegar su entorno inmediato a sus concepciones, no asumiendo ninguna otra posibilidad por antojárseles siempre pobre, insuficiente, digna de erradicación.
A mí, que soy simple, me repugna ese comportamiento, aunque me limito a disimularlo y reirle las gracietas al superhombre/supermujer de turno. Es un problema grave, este que me aqueja, y que procuro eliminar con muy poco éxito, pues me vence la vanidad. No logro reprimir el típico “qué se habrá creído”, y supuro mala bilis por doquier. Sigo con mis prácticas de epicureismo en pos de la ataraxia, pero en cuanto se me cruza un genio por la mirada perdida, se me jode la terapia.
Envidia sin duda, que es lo que les pasa a todos los grandes, y que, además, es deporte nacional de la piel de toro.
viernes, agosto 25, 2006
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