domingo, octubre 22, 2006

De un tiempo a esta parte vengo preguntándome si el caos es preciso o precioso.

Si lo primero, imagino el Universo como una inmensa maquinaria de ruedas dentadas y a Dios, en vez de arquitecto, relojero serio, con aristocrático monóculo. Sólo Él comprende el funcionamiento de tan misteriosos engranajes. Y como es más suyo que Felipe II, y se niega a delegar, se pasa el infinito trabajando, sin vacaciones ni fines de semana, velando porque no cese el tic tac moribundo de la bomba. Para que luego le vengan los jovenzuelos de ahora protestando por la precariedad laboral.

Si precioso fuere, se me asemeja a un gran cofre a lomos de un dromedario, camino a la corte del Rey David, donde la Reina de Saba va a desplegar su contenido cegador ante los ojos del que fuera pastorcillo antaño y ahora lírico cantor. Y tanto es el brillo y esplendor, tan hirientes sus destellos, que es imposible verlo, ni tocarlo. Así pues, sólo se puede ignorar, pues si se entretuviera uno en intentar dilucidar su magnitud quemaría su retina. Un tesoro invisible. Siempre presente.

Ah... el misterio... qué maravillosa excusa.

Llueve

Llueve al otro lado del escaparate. Llueve, llueve y llueve. No para. Unas veces algo quedo, en plan chirimiri, en plan orvallo, según se quiera. Otras, parece que fuera a entrar el mismísimo Noe, empapado y angustiado ¡me falta una pareja de ácaros, por favor, sacuda la alfombra!. Cuando amaina un poco, salgo a fumarme un piti, al umbral de la puerta, un pie fuera, el otro dentro, tanta es mi dependencia. Pena de tabaquismo. Y ni el coloso de Rodas tuviera tal apostura.
Y veo pasar a una señora apurada, rauda. Lleva un paraguas rojo con siluetas en negro de perros y gatos esparcidas y una leyenda que me trae mil y un recuerdos, uno por cada noche "It's rainnig cats and dogs"...
¿Dóne cojones está el convento de los trinitarios?