Al principio creí que sólo tenía alguna laguna en la memoria. Era bastante el tormento, aún así: no saber dónde se estuvo ni qué se hizo durante extraños lapsos de tiempo. Pero llegué a asumirlo como normal, fruto inevitable de las ingestas alcohólicas. Se bebe para olvidar y en lugar de eso, de erradicar la angustia, permanece ésta para añadirse a la que producen los blancones de la noche oscura. Bueno. Vale. No es el remedio. Pero aquí a mis colegas les hace hasta gracia... ¿cómo es posible? se preguntan divertidos.
Pero ahora, entre los vacíos del recuerdo se mezclan imágenes oníricas a las que no sé si debo dar crédito o no. ¿Lo soñé o pasó? Y como tengo la mala costumbre de disolverme en la soledad, de separarme del grupo para aislarme brevemente y resurgir más tarde como si nada hubiera pasado, no tengo testigos que me lo corroboren.
¿Me cogieron de la mano y yo no dije nada? ¿Me recriminaron la conversación cuándo locuaz de nuevo recuperé el habla? Por qué si nada pasó tengo la conciencia cargada de extraños vapores que arañan, que escuecen.