martes, abril 01, 2008

A mí, que no valgo nada

31 enero

El operador situó con cuidado la cámara oscura sobre su trípode. Me indicó dónde debía ponerme y me sugirió amablemente que adoptara una pose natural. Ante mi azoro se mostró tranquilizador, disponiendo mis miembros de la forma más idónea. Esto no es muy natural que digamos y ambos reímos por lo incómodo de la situación. Estaba claro. No había forma de hacerme una foto decente. Decidimos esperar a la llegada de la instantánea y de las cámaras de pequeño formato. Me juró que entonces lograría recogerme furtivamente, sin que advirtiera su alevoso disparo. Yo le reté a que me encontrara el lado bueno, o el salvaje. Para amenizar la espera tomamos té con pastas, en una mesita adecuada a ello, en la única esquina oscura del estudio: junto al arpa dormida. Teníamos años para buscarnos los ángulos antes del instante decisivo.

Desvanecida

28 enero

Velada entre las sombras me contemplo. Pulo la plata, galvanizada. La sigo puliendo, hasta que su superficie sea cristal. Alguien estornuda ostensiblemente y de forma continuada. Estoy en el Paraíso. Y para llegar hasta aquí no me han hecho falta tetas. ¡Viva Lavapiés! Yodo para sensibilizar la placa y arcanos a la sombra de una vela para acertar con sus justo color. El alquimista, impaciente, sigue los pasos. La toma es lo de menos. Dos pastillas al día, serán suficientes. Cuidado, sólo es sensible a la luz azul. Mayo, con sus flores, es el mes más propicio. Y lo del revelado de la imagen que late oculta, pulsando por salir de la luz, mejor ni lo cuento. Pues los efluvios del mercurio me marean. Por eso siempre fui más amiga de Marte, que del que me toma las temperaturas. Adiós, amigos, adiós, muero presa de los vapores. Víctima de una imagen de plata. Nunca llegaré a ver el gelatino-bromuro. Oh, destino cruel, aciaga vida. ¿Quién escribirá la novela de mi vida? Dama de alta alcurnia fallece en extrañas circunstancias al confundir su laboratorio de daguerrotipia con una consola en la que no halló consuelo. Fotógrafo celoso asesina a su amante, en presencia de su esposa, trepanándola con el canto de una afilada placa de plata. Vieja curandera de oscuro pasado maldice a todo aquél que retiene el tiempo en imágenes por contravenir los designios de la Naturaleza.

¿Quién va a ser el guapo que me obligue a poner un título?

24 enero 

Ah... Por fin un día de buen humor. Voy a terminar suponiendo que las crisis me vienen y se me van (veeeeeete de mí), igual que los catarros: Sin que alcance a saber por qué, ni cómo. Esta vez a sido la de los Treinta. Recién abandonado el trauma provocado por la salida del útero materno y caigo en la autocompasión característica de los nacidos bajo el signo de la Democracia. Ahora he de prepararme para la de los Cuarenta. A ésta le daré un sentido bíblico, para hacerla aún más dramática. Empezaré por sentirme elegida por la Desgracia, erinia persecutora, para finalizar con un resurgimiento que debo aún determinar, pero que sin duda tendrá que ver con La Tierra Prometida. Prometo que será el nombre que otorgaré al Salvador, en plan alegórico. Habré yo también de metaforizarme y no sé aún si en leche, o miel. Manaré, en cualquier caso.

Volveré y sucumbiré a tus encantos.

Acudí dispuesta a sucumbir a sus encantos. Tengo entendido que tales decaimientos no deberían ser premeditados y tal vez por eso me salió el tiro por la culata reventándome el ojo con el que apuntaba, yo, que no sé calcular las distancias. El caso es que terminé inundando mi desengaño amoroso en un par de chupitos de pacharán: el mío y el de Natalia que intentaba, así, consolarme.

Para resarcirme grabé un video terapéutico bailando el chiquichiqui. Nefasto error: al verme caí en la más profunda de las simas, en el más oscuro de los valles. Me repugné un tanto y aún no me he recuperado.

Con el fin de rematar la sucesión de desaires a mi persona, pertrechados por alguna divinidad que me es adversa, terminó la semana con un tipo largilucho y parlanchín explicándome los motivos por los que prefería arrinconar contra la pared a Natalia en vez de a mí. Me hubiera gustado explicarle detenidamente lo aliviada que estaba por no tener que sucumbir a sus encantos, pero hubiera sido en vano. A juzgar por cómo expresó mis múltiples defectos era obvio que me había tomado en serio.