31 enero
El operador situó con cuidado la cámara oscura sobre su trípode. Me indicó dónde debía ponerme y me sugirió amablemente que adoptara una pose natural. Ante mi azoro se mostró tranquilizador, disponiendo mis miembros de la forma más idónea. Esto no es muy natural que digamos y ambos reímos por lo incómodo de la situación. Estaba claro. No había forma de hacerme una foto decente. Decidimos esperar a la llegada de la instantánea y de las cámaras de pequeño formato. Me juró que entonces lograría recogerme furtivamente, sin que advirtiera su alevoso disparo. Yo le reté a que me encontrara el lado bueno, o el salvaje. Para amenizar la espera tomamos té con pastas, en una mesita adecuada a ello, en la única esquina oscura del estudio: junto al arpa dormida. Teníamos años para buscarnos los ángulos antes del instante decisivo.