martes, junio 19, 2007

Soy mi peor enemigo.

Soy mi peor enemigo. Nadie puede hacerme tanto daño. Mi desorden, mi pereza, mi hastío. Mi pereza, mi desorden, mi hastío. Mi hastío, mi pereza mi desorden me hieren y destruyen día, a día. Minuto a minuto me hieren el alma.
¿Cómo combatirme? ¿Cómo encontrar la voluntad perdida?
¿Dónde la perdí?
Tal vez, nunca me fue dada.
¿Quién otorga tal don?
¿Es, acaso, como las virtudes teologales, algo que el Espíritu, Dios, entrega a su antojo?
Sí la voluntad es el secreto, todo se dilucida. No hay misterio.
Voluntad, clama la conmovida casta. Y nadie dirá basta, sino, adelante, a por ella.
Así pues, finalmente, todo depende de la Voluntad, divino tesoro.
Pero no creyendo, como no me ha sido dado, en divinidades ajenas, habré de concluir, religiosamente, que puedo sacarme la Voluntad de debajo de mi manga, cual tahúr.
Lamentablemente este descubrimiento, en vez de dilucidar mi camino lo torna más tortuoso si cabe, pues me carga con el peso de una gran responsabilidad. La responsabilidad de encontrar mi voluntad.
¿Dónde buscarla? Obviamente, sin más rodeos, ha de ser fruto de mi deseo. De dónde no puedo sino deducir que nada me es más difícil que desear. Pedid y se os dará, dice el Señor. Y aquí se me abre un mar de dudas, que no es Rojo piélago que se divide para que holle a pie enjuto, sino vinoso ponto en que me ahogo sin remedio.
¿Qué quiero?
¿Qué querer?
Porque, si, como parece, puedo forjar mi “destino”, permítaseme el desafortunado término, que, sin embargo, dada mis limitaciones, me sirve para entenderme, a mi libre albedrío, sólo en mi mano cabe mi propia fortuna. La Suerte, los Hados, no son sino fruto directo de mi deseo.
Pero, resulta, lo tengo comprobado, que desear no consiste en, como cuando niña, cerrar los ojos muy fuerte e invocar con la mente, e incluso con el verbo susurrante, lo que se anhela. Juegos de infancia que aventuraban, sin embargo, la semilla de nuestra futura salvación desde el convencimiento de la inocencia.
Al parecer, y aún no he podido confirmarlo, el deseo no es sino un objetivo para cuya consecución ha de calibrarse un plan minucioso, ordenado, disciplinado, inteligente.
Y dicho objetivo ha de configurarse según las cualidades dadas, de forma que no se pueda querer lo que no se puede querer. Quien diga que querer es poder ha de tener bien presente que el anhelo debe quedar enmarcado en las capacidades de que se parte. No puede el enano querer alcanzar de un salto la manzana del árbol, ni el gigante dormir en una minúscula gruta.
VOLUNTAD-DESEO-OBJETIVO-CUALIDADES forma el cuarteto apocalíptico que rige mi vida ¿será circunstancia? incluso sin yo saberlo. Y ha de plantearse, justamente, de forma inversa. Primero la cualidad, los talentos, será genética, que Dios-Padre, nos entrega arbitrariamente. Y aquí, la resignación, o la alegría, el conformarse con lo que se tiene. Hay que evitar a toda costa desear a la mujer del vecino. La envidia, ese pecado verde y viscoso que corroe, a decir de los antiguos, al españolito medio. Después el objetivo. Limitado, acorde. Con esto que tengo qué puedo hacer. Y las posibilidades, aún reducidas, aparecen como un haz infinito, miles de rayos que deslumbran. Un transcurso desconocido en el que hay que trazar el camino, caminando. Así, se descubre, andando, que el objetivo meditado, no es sino fruto de nuestro deseo, y se nos pierde el plan entre las manos. Y descubrimos, finalmente, que nuestra voluntad no es nuestra, o, que no podemos controlarla a nuestro antojo, que se pliega a los acontecimientos con que nos topamos, que no parte de la nada, de la tabula rasa, sino que se inscribe en una partitura. No se pueden sacar los pies del tiesto.
A mí, últimamente, me está dando más por la confusión que por la sorpresa. Más que asombro siento continua incomprensión, y no detecto más que contradicciones. Así que mis nuevos descubrimientos no me llenan de gozo sino de zozobra. Y esta inquietud, me es incómoda, pues se adhiere a mi natural indecisión convirtiéndome definitivamente en un fantasma. La protección del escepticismo se va tornando en crueldad. Y, aunque aún tiemblo, de miedo, todo parece apuntar, hacia la definitiva conversión en piedra.
Observad pues, terrícolas, mi transformación, mi particular metamorfosis, cómo la mirada de la Gorgona va a salvarme destruyéndome. Petrificáme, che, porque si no, flotaré en el río.
Corría un año cualquiera de la Era del Señor D. Gato. A juzgar por lo apretado de la temperatura, suponiendo que la temperatura tenga apreturas, sería aquella estación que unos dicen florida y otros taurina, con mentidos robadores y copas, y efebos apolíneos que te escancian bebidas de dioses. Gintonic, por favor. Horas: intempestivas; quitarse el reloj, como arrancarse las gafas, te deja desvalida, abandonada en un mundo borroso y atemporal.
Y así, sobre el cúmulo de nimbos cirrosos, contempló aquello que quedaba. Restos, nada más, de algo, que nunca fue. Las ruinas de una utopía son más tristes si cabe que cualquier desperfecto de lo que fué. De ésto, sacan los arqueólogos entretenimiento, de aquéllo, sólo lágrimas los tontos que creyeron.