A ver si me sale bien esta reflexión porque, la verdad, es que estoy un poco confusa y no es este el estado ideal para darle al cacumen.
Ando dando vueltas en torno a cuestiones que tienen que ver con el sexo, la hermosura y con Barak Obama. Todo hecho un batiburrillo.
Porque resulta que ahora que por fin hay un negro, perdón, afroamericano (en realidad es multado ¿tendrá esto importancia?) en el despacho Oval de la Casa Blanca y podemos alegrarnos y sentirnos aliviados y ver cumplido un sueño, parece que se nos ha olvidado que otra de las alternativas era poner a una mujer (blanca, digo caucásica, sí, pero mujer).
Dejemos al margen aquello de la importancia de la personalidad, la figura o el icono, por encima de las ideas, en el mundo de la política. Eso es otro asunto de hondo calado del que habría que ocuparse en extenso en mejor lugar.
Centrémonos pues en el acontecimiento que ha fundado una nueva era “post-racial”, en la que por primera vez, al parecer (eso dicen los analistas), el color de la piel no importa.
Se puede leer y oir por doquier que la lucha de Luther King, ha dado sus frutos, que aquellos que mejor jazz han hecho jamás (nada se dice del rap, porque quienes los dicen son un poco antiguos, supongo), que más velozmente han corrido y con más soltura han machado el aro, pueden ahora por fin hacer “algo tan serio” (?) como ser presidente de una gran Nación.
Yo me alegro enormemente y con gran inocencia. Vaya por delante. Y ahora, lo que me atormenta...
No quiero que me salga un discurso feminista, yo no quiero ser feminista, pero me pregunto, cuándo llegará la era “post-sexual” en la que igual que ahora no importa la raza (amén), no importara para nada el sexo (me refiero a ese que nos configura el cuerpo, no a aquella retahíla de fenómenos que nos lo eriza).