martes, septiembre 09, 2008

Virtudes sin remedios.



Poseo una extraña virtud, a la que encuentro tantas ventajas como inconvenientes: No tengo ninguna credibilidad.

 

Cuando aún practicaba el noble sacramento de la confesión el santo padre que escuchaba mis pecados en lugar de darme la absolución se negaba a reconocer la gravedad de mis faltas. Pero... balbucía yo... Y él, magnánimo, me cacheteaba la mejilla y, burlón, me despachaba sin oraciones de encargo. 

Yo no sabía si quedarme aliviada por mis bondades o maldecir a aquél cegato que no me limpiaba las culpas meas.


Hoy, voy sin pudor declarando mis amores, porque los afectados reciben el mensaje como otra gracieta más y no se dan por aludidos. Esto me libra de otorgar las múltiples satisfacciones que prometo en mis ardorosas palabras, hercúleos trabajos imposibles. Pero me deja, también, tal cual me ven, con el espíritu harapiento.

Y así sigo. Lanzando requerimientos sin ton ni son bajo la salvaguardia de que nadie se los toma en serio.

Confío en que así sea por mucho tiempo. Porque el día que alguien, inocente, me someta a consideración sincera ¿cómo saldré del brete?