A veces siento como la ira me asciende desde la punta de los pies y me eriza la melena. Empieza como un leve cosquilleo que se expande para poseerme súbitamente. Para convertirme en el basilisco que abre la puerta y con espuma en la boca empieza a succionar las yugulares de todos aquellos que en pasillo departen amistosamente y a voz en grito, como si tras las paredes no hubiera gente intentando concentrarse.
Entonces me pongo los cascos y Ennio Morricone hace que todo desaparezca. Incluída mi fallida concentración.