Padezco una marcada misantropía heredada directamente de mis padres a quienes Dios crió y juntó para separarlos del resto del mundo. También mis hermanos sufren tales rigores aunque cada uno a su modo, como yo misma, intenta eludirlos refugiándose en gentes acogedoras.
A pesar de los esfuerzos por superar el Mal que me aqueja, aflora espontáneamente sin que pueda controlarlo y me tuerce el gesto ante la multitud y sella mis labios a los desconocidos.
Así, cuando, hace años, en la facultad, a algún profesor pusilánime se le revolvía la clase y optaba por continuarla para sí mismo, yo no dudaba en levantarme de mi asiento y acercarme más al gurú a fin de alcanzar a oír alguna de sus palabras. Aquello me granjeaba ciertos desprecios que yo saboreaba desde mi incomprensible vanidad.
Ahora, cuando he de desplazarme, nocturna y alevosa, entre la muchedumbre, miro a las caras de aquellos a quienes rozo con algo de asco, y respondo a sus insultos faciales canturreando la canción que suene: “Tengo para tíiiiiiiiii….”
miércoles, julio 11, 2007
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