Estimados señores vinculados. Me he tomado la libertad de incluirles en un click en este deleznable cúmulo de mí misma, confiando en que no les moleste demasiado. Lo hago para sentirme arropada, conectada, ya saben, como formando parte de algo, para dar satisfacción al gregarismo humano que, al decir de algunos, nos late junto a las pulsiones sexuales desde la noche de los tiempos.
Por supuesto si supusiera un problema les ruego me lo comuniquen ipso facto para ponerle remedio. Remedios.
martes, octubre 31, 2006
lunes, octubre 23, 2006
Citando a Krahe
Antes de ser cantor mis historias de Amor eran casi secretas
pero luego el azar que me puso a cantar me llevó a publicar...
mis zozobras completas.
pero luego el azar que me puso a cantar me llevó a publicar...
mis zozobras completas.
Remedios baratos...
Remedios no tienen remedio. Ni sabe remendar barcos. Remedios no tiene remedios baratos. Una pena esta Remedios. A veces... dan ganas de ampararla, cuando corre bajo la lluvia bajo mil bártulos inservibles. Pero ¿a dónde va tan cargada?. Remedios, le gritaría yo, ven que tengo paraguas. Pero ella no se da cuenta, o hace que no se da cuenta.
He oído decir, que es una desagradecida, y aunque no me gusta fiarme de los rumores he de confesar que, esta vez, algo me han influído. No me atrevo a invitarla a un café, por lo que pudiera pasar. Un desaire o, aún peor, una conversación aburrida.
Pero... da tanta pena. Mal sentimiento éste, que esconde el desprecio más injusto. Un saludo Remedios, le grité un día. Y me lo devolvió automáticamente, sin reconocerme.
He oído decir, que es una desagradecida, y aunque no me gusta fiarme de los rumores he de confesar que, esta vez, algo me han influído. No me atrevo a invitarla a un café, por lo que pudiera pasar. Un desaire o, aún peor, una conversación aburrida.
Pero... da tanta pena. Mal sentimiento éste, que esconde el desprecio más injusto. Un saludo Remedios, le grité un día. Y me lo devolvió automáticamente, sin reconocerme.
domingo, octubre 22, 2006
De un tiempo a esta parte vengo preguntándome si el caos es preciso o precioso.
Si lo primero, imagino el Universo como una inmensa maquinaria de ruedas dentadas y a Dios, en vez de arquitecto, relojero serio, con aristocrático monóculo. Sólo Él comprende el funcionamiento de tan misteriosos engranajes. Y como es más suyo que Felipe II, y se niega a delegar, se pasa el infinito trabajando, sin vacaciones ni fines de semana, velando porque no cese el tic tac moribundo de la bomba. Para que luego le vengan los jovenzuelos de ahora protestando por la precariedad laboral.
Si precioso fuere, se me asemeja a un gran cofre a lomos de un dromedario, camino a la corte del Rey David, donde la Reina de Saba va a desplegar su contenido cegador ante los ojos del que fuera pastorcillo antaño y ahora lírico cantor. Y tanto es el brillo y esplendor, tan hirientes sus destellos, que es imposible verlo, ni tocarlo. Así pues, sólo se puede ignorar, pues si se entretuviera uno en intentar dilucidar su magnitud quemaría su retina. Un tesoro invisible. Siempre presente.
Ah... el misterio... qué maravillosa excusa.
Si lo primero, imagino el Universo como una inmensa maquinaria de ruedas dentadas y a Dios, en vez de arquitecto, relojero serio, con aristocrático monóculo. Sólo Él comprende el funcionamiento de tan misteriosos engranajes. Y como es más suyo que Felipe II, y se niega a delegar, se pasa el infinito trabajando, sin vacaciones ni fines de semana, velando porque no cese el tic tac moribundo de la bomba. Para que luego le vengan los jovenzuelos de ahora protestando por la precariedad laboral.
Si precioso fuere, se me asemeja a un gran cofre a lomos de un dromedario, camino a la corte del Rey David, donde la Reina de Saba va a desplegar su contenido cegador ante los ojos del que fuera pastorcillo antaño y ahora lírico cantor. Y tanto es el brillo y esplendor, tan hirientes sus destellos, que es imposible verlo, ni tocarlo. Así pues, sólo se puede ignorar, pues si se entretuviera uno en intentar dilucidar su magnitud quemaría su retina. Un tesoro invisible. Siempre presente.
Ah... el misterio... qué maravillosa excusa.
Llueve
Llueve al otro lado del escaparate. Llueve, llueve y llueve. No para. Unas veces algo quedo, en plan chirimiri, en plan orvallo, según se quiera. Otras, parece que fuera a entrar el mismísimo Noe, empapado y angustiado ¡me falta una pareja de ácaros, por favor, sacuda la alfombra!. Cuando amaina un poco, salgo a fumarme un piti, al umbral de la puerta, un pie fuera, el otro dentro, tanta es mi dependencia. Pena de tabaquismo. Y ni el coloso de Rodas tuviera tal apostura.
Y veo pasar a una señora apurada, rauda. Lleva un paraguas rojo con siluetas en negro de perros y gatos esparcidas y una leyenda que me trae mil y un recuerdos, uno por cada noche "It's rainnig cats and dogs"...
Y veo pasar a una señora apurada, rauda. Lleva un paraguas rojo con siluetas en negro de perros y gatos esparcidas y una leyenda que me trae mil y un recuerdos, uno por cada noche "It's rainnig cats and dogs"...
sábado, octubre 21, 2006
Me debato entre la timidez y el exhibicionismo, como aquél que no sabe qué ropa ponerse en el entretiempo. Porque nunca se acierta. Nunca se saca el paraguas cuándo llueve, ni la bufanda cuando hace frío. Así, yo, hablo cuando debo callar y enmudezco cuando bien estaría que dijera algo.
Ayer recibí la crítica acertadísima de un buen colega a mis atentados literarios. No falló ni una, acertó en en todo. Y aunque disiento en algunas de sus conclusiones, me he visto gratamente sorprendida por su agudeza y seriedad. Porque claro, se los dí a leer pensando que se los tomaría a broma... pero no. Los ha analizado y, aunque someramente, con certeza.
Desde los veinticinco años me siento vieja para cambiar. Y desde entonces, precisamente, es cuándo más inexcusable se aparece la vuelta de tuerca que me permita ponerme bocaabajoabocajarro.
El problema es el de siempre. Cortedad de mente...
Ayer recibí la crítica acertadísima de un buen colega a mis atentados literarios. No falló ni una, acertó en en todo. Y aunque disiento en algunas de sus conclusiones, me he visto gratamente sorprendida por su agudeza y seriedad. Porque claro, se los dí a leer pensando que se los tomaría a broma... pero no. Los ha analizado y, aunque someramente, con certeza.
Desde los veinticinco años me siento vieja para cambiar. Y desde entonces, precisamente, es cuándo más inexcusable se aparece la vuelta de tuerca que me permita ponerme bocaabajoabocajarro.
El problema es el de siempre. Cortedad de mente...
domingo, octubre 15, 2006
No dejo de sorprenderme. Empiezo diciendo algo, y termino explicando lo contrario. ¿Dónde el orden expositivo, dónde la claridad, dónde la jerarquización de las ideas? Cuánta imposición académica desperdiciada, cuántos maestros frustados. Para andar, decían, hay que dar pasitos, poco a poco. Orden, señores, y claridad.
A veces, según rachas, me paso el día pensando qué voy a escribir. Sea para mis bitácoras, sea con la esperanza de ganar algún premio de relato breve con el que justificar mi desvergüenza literaria. Esta misma mañana, de camino al Hospital, mientras esquivaba las heces de la parranda nocturna de los demás, iba cavilando sobre lo mucho que pienso en escribir y lo poco que escribo. Será que mis inicios en la elaboración de trabajos académicos, tan arduos y lamentables me han acendrado el sentido del pudor. Cuánto cuesta decir lo que se quiere . Y esto partiendo de que se tenga algo que decir.
Obviamente eso es lo primero. Según mi hermano, ya no hay nada que decir, y así, invalida cualquier nuevo intento literario. Porque, volver a decir lo de siempre, aunque sea de otra manera no es sino signo de decadencia, manierismos sin sentido, anuncio de la caída del imperio.
Yo coincidiría con él si no hubiera comprobado en mis propias carnes que ponerse a decir algo genera pensamiento. Por tanto, guardar silencio, por vergüenza o pudor, le deja a uno con el encefalograma plano.
Bien, vale, no tengo nada que decir, pero si empiezo a balbucir, torpemente, causando las iras de mis interlocutores, podré ir forjando las palabras, las frases, ir descubriendo ¡por fin! lo que sé y lo que no sé, lo que sé mal, lo que apenas sé, lo que ni siquiera atisbo y lo que, quién sabe por qué, comprendo perfectametne, de forma natural, como por arte de magia o de la genética.
Dicen que a la hora de aprender la forma más eficaz es ensañando. Parece una contradicción pero visto con detenimiento encaja sin duda. La lectura mental es un leve baño de conocimiento, la declamación una ducha profunda y la conversación el mejor de los balnearios.
Y he ahí el problema. Se necesita, por lo menos, a otra persona para aprender. Y, no nos engañemos, los demás son siempre un conflicto para nosotros mismos. No habría por qué darle mayor dramatismo al asunto si se sabe nadar en el enfrentamiento continuo. Vivan las discusiones.
Pero... qué pereza discutir. Es tan cómodo, de nuevo, no abrir la boca, dejar que digan lo que quieran, sin intervenir, para qué, si te vas a enzarza en mil explicaciones que te exigen el máximo de tus fuerzas.
Obviamente eso es lo primero. Según mi hermano, ya no hay nada que decir, y así, invalida cualquier nuevo intento literario. Porque, volver a decir lo de siempre, aunque sea de otra manera no es sino signo de decadencia, manierismos sin sentido, anuncio de la caída del imperio.
Yo coincidiría con él si no hubiera comprobado en mis propias carnes que ponerse a decir algo genera pensamiento. Por tanto, guardar silencio, por vergüenza o pudor, le deja a uno con el encefalograma plano.
Bien, vale, no tengo nada que decir, pero si empiezo a balbucir, torpemente, causando las iras de mis interlocutores, podré ir forjando las palabras, las frases, ir descubriendo ¡por fin! lo que sé y lo que no sé, lo que sé mal, lo que apenas sé, lo que ni siquiera atisbo y lo que, quién sabe por qué, comprendo perfectametne, de forma natural, como por arte de magia o de la genética.
Dicen que a la hora de aprender la forma más eficaz es ensañando. Parece una contradicción pero visto con detenimiento encaja sin duda. La lectura mental es un leve baño de conocimiento, la declamación una ducha profunda y la conversación el mejor de los balnearios.
Y he ahí el problema. Se necesita, por lo menos, a otra persona para aprender. Y, no nos engañemos, los demás son siempre un conflicto para nosotros mismos. No habría por qué darle mayor dramatismo al asunto si se sabe nadar en el enfrentamiento continuo. Vivan las discusiones.
Pero... qué pereza discutir. Es tan cómodo, de nuevo, no abrir la boca, dejar que digan lo que quieran, sin intervenir, para qué, si te vas a enzarza en mil explicaciones que te exigen el máximo de tus fuerzas.
Está claro que no soy nada constante y que no relleno a diario, como quisiera, las páginas de mi bitácora. No es pereza, en este caso, sino verguenza ante los estragos de la perdurabilidad de la letra escrita. Las voces vuelan y se evaporan, y aunque en esta vorágine de anónimos plañideros que es la Red, también las letras tienden a perderse siempre, existe la posibilidad de que se queden enganchadas en alguna ramita de bit, y alguien pueda echárnoslas en cara, de nuevo: Mira lo que escribiste, mira.
Sin duda esta obsesión por el legado textual que uno deja tras de sí es algo trasnochada. Un adolescente epiléptico de jugar a la Play Station no comprenderá jamás mis angustias. Pero ¿y mi comprades de edad, de veinte cerca de los treinta?. Tal vez tampoco. Tanto degutar lo placeres del pasado me he envejecido prematuramente. O, más bien, me he vuelto intempestiva, siempre mal colocada en el espcio-tiempo.
Obviamente, alguién me habrá trasladado a mí estas manías ¿Estará tal persona e consonancia con los tiempo, con los suyos? Y si lo está, entonces, ¿lo estoy yo también? Cada uno de nosotros es el universo paralelo de los demas. Somos lineas que nunca convergen. ¿Será estúpido entonces pensar en la existencia de seres afines? Mecachis....
Sin duda esta obsesión por el legado textual que uno deja tras de sí es algo trasnochada. Un adolescente epiléptico de jugar a la Play Station no comprenderá jamás mis angustias. Pero ¿y mi comprades de edad, de veinte cerca de los treinta?. Tal vez tampoco. Tanto degutar lo placeres del pasado me he envejecido prematuramente. O, más bien, me he vuelto intempestiva, siempre mal colocada en el espcio-tiempo.
Obviamente, alguién me habrá trasladado a mí estas manías ¿Estará tal persona e consonancia con los tiempo, con los suyos? Y si lo está, entonces, ¿lo estoy yo también? Cada uno de nosotros es el universo paralelo de los demas. Somos lineas que nunca convergen. ¿Será estúpido entonces pensar en la existencia de seres afines? Mecachis....
jueves, octubre 05, 2006
Cada dos por tres me estoy enamorando. Y es agotador. No crean que esta propensión mía es fácil de llevar ni que tiene menos sufrimiento por serme habitual. Que no... que no... que es de gravedad insostenible. Gracias a Dios, me da por el platonismo, lo que me ahorra tiempo. Así, puedo ver la televisión y preparar la comida (eso a lo que yo llamo comida) mientras oigo música celestial, tronos y querubes a ritmo de jazz. O ir en en el autobús urbano y mientras veo los arbolitos pasar imaginarme al objeto de mis desvelos entre los aires de otoño que mecen las ramas. Todo me queda pasteloso pero me permite hacer varias cosas a la vez, siempre presente con casa asístole, en cada diástole, el ser de mis suspiros. Y, además, me da cierto toque risueño que si bien a muchos incomoda, a otros desagrada, y la mayoría ignora, alguno hay a quien alegra el día.
miércoles, octubre 04, 2006
No sé. Mis intenciones eran buenas al pincipio. Pero ahora he vuelto a perder el Norte. El por qué, el para qué de materia espiritual. Andar en pelotas con el frío que hace, bien lejos de cualquier emisor calorífico, son ganas de pillar los siete males. Siete plagas, Señor, enviaste sobre Egipto, tierra que manaba leche y miel, que no hacía falta perder el tiempo buscando otra, siete, Señor, siete, como siete novias para siete hermanos y ninguna de gripe.
lunes, octubre 02, 2006
GRACIAS POR FUMAR.
Comedia cáustica que quiere desentrañar la hipocresía de la sociedad norteamericana, y por ende, de nuestro querido occidente, tan en ocaso, aunque con una cierta moralina de corte paterno-filial.
Un tipo, guapo, locuaz, capaz de convencer a la Madre Teresa de Calcuta de que debe cagarse en el papa. Tan persuasivo que asusta, tan encantador que da miedo. El mismísimo diablo a quien venderías tu alma, qué digo, a quién pagarías gustosamente porque te condenara al suplicio eterno. Todo él al servicio de las grandes tabacaleras en el momento que organismos estatales y demás hermanitas de la caridad abogan por la salud del respetable.
Un yupie sin escrúpulos que, sin embargo, tiene razón. Es lo “malo” de la libertad. Es lo “malo” del raciocinio.
Personajes deleznables a mi modo de ver, de camisas planchadas, en la cresta de la ola, con quienes has de comulgar ante la evidencia. Mientras que los desarrapados, que normalmente deberían despertar tus simpatías, aparecen de carne y hueso, materialistas.
El director se atreve a decirnos a la cara que somos, quienes como yo tendemos a abominar de las corbatas y adorar al probriño, unos esnobistas sin criterio sostenible. Bravo.
Un ataque mordaz contra la hipocresía. Aunque la dureza “canallesca” de la película parece perder algo de fuerza ante la relación del protagonista con su hijo, por quién, aunque con matices, realiza un último gesto heroico: el de salir del lodo (che).
Visualmente tiene recursos que ya han empleado otros filmes con temática similar. Recuerda algo, salvando las distancias, a American Beauty y un poquito menos, aunque la intención sea pareja a American Psico y El Club de la Lucha. Un narrador, voz en off, que detiene el metraje de vez en cuando para mostrar estampas edulcoradas, burla del sistema visual característico del marketing televisivo.
Invita, pues, a una reflexión, tan profunda como se quiera, acerca de nuestros valores samaritanos. Lo hace decapitando los argumentos paternalistas de los adalides de la salud, pero bien puede particularizarse y hablar directamente a nuestros propios principios personales. Por eso me gusta, porque me desmonta, me trastorna, me cuestiona. Supongo que no es una gran película. Es americana (je). Pero yo se la pondría en clase a todos los adolescentes, para que se caguen de verdad, con motivos, en el mundo de sus padres y no reaccionen automáticamente ebrios de calimocho (o lo que quiera que sea que beban ahora), sin saber contra qué coño se están pegando. Aunque, qué idiota soy, no son tiempos de mayos de amor libre. Joder, qué ilusa.
Miren, ya le he visto el mensaje a la película. Y no es, en absoluto, baladí. Razónese y arguméntese. Todo es defendible. Nada de pataletas violentas irracionales. Convénzame.
Un tipo, guapo, locuaz, capaz de convencer a la Madre Teresa de Calcuta de que debe cagarse en el papa. Tan persuasivo que asusta, tan encantador que da miedo. El mismísimo diablo a quien venderías tu alma, qué digo, a quién pagarías gustosamente porque te condenara al suplicio eterno. Todo él al servicio de las grandes tabacaleras en el momento que organismos estatales y demás hermanitas de la caridad abogan por la salud del respetable.
Un yupie sin escrúpulos que, sin embargo, tiene razón. Es lo “malo” de la libertad. Es lo “malo” del raciocinio.
Personajes deleznables a mi modo de ver, de camisas planchadas, en la cresta de la ola, con quienes has de comulgar ante la evidencia. Mientras que los desarrapados, que normalmente deberían despertar tus simpatías, aparecen de carne y hueso, materialistas.
El director se atreve a decirnos a la cara que somos, quienes como yo tendemos a abominar de las corbatas y adorar al probriño, unos esnobistas sin criterio sostenible. Bravo.
Un ataque mordaz contra la hipocresía. Aunque la dureza “canallesca” de la película parece perder algo de fuerza ante la relación del protagonista con su hijo, por quién, aunque con matices, realiza un último gesto heroico: el de salir del lodo (che).
Visualmente tiene recursos que ya han empleado otros filmes con temática similar. Recuerda algo, salvando las distancias, a American Beauty y un poquito menos, aunque la intención sea pareja a American Psico y El Club de la Lucha. Un narrador, voz en off, que detiene el metraje de vez en cuando para mostrar estampas edulcoradas, burla del sistema visual característico del marketing televisivo.
Invita, pues, a una reflexión, tan profunda como se quiera, acerca de nuestros valores samaritanos. Lo hace decapitando los argumentos paternalistas de los adalides de la salud, pero bien puede particularizarse y hablar directamente a nuestros propios principios personales. Por eso me gusta, porque me desmonta, me trastorna, me cuestiona. Supongo que no es una gran película. Es americana (je). Pero yo se la pondría en clase a todos los adolescentes, para que se caguen de verdad, con motivos, en el mundo de sus padres y no reaccionen automáticamente ebrios de calimocho (o lo que quiera que sea que beban ahora), sin saber contra qué coño se están pegando. Aunque, qué idiota soy, no son tiempos de mayos de amor libre. Joder, qué ilusa.
Miren, ya le he visto el mensaje a la película. Y no es, en absoluto, baladí. Razónese y arguméntese. Todo es defendible. Nada de pataletas violentas irracionales. Convénzame.
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Pinículas y otros suntos
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