miércoles, octubre 08, 2008

¡Ah, quién fuera liberal para generoso... repartirse al mejor postor!

No es mi intención sembrar polémica...


Y es que me parece, señores, señoras, público presente, críticos afectos, imperfectos seguidores que lo que es Liberalismo, así dicho con mayúsculas, y en sentido político, económico, social y cultural, aquí en nuestro país, no lo hemos tenido. 


Yo no sé como andaríamos allá por el 1800, que no me acuerdo, que era muy chica...


Decían los vecinos de allende los Pirineos que vestíamos harapos, comíamos con las manos y escupíamos en el suelo. Que éramos unos bárbaros, vamos, a pesar de lo deliciosamente altivas que resultaban las ruinas de nuestro pasado. 

...

A sus ojos con monóculo nuestra historia estaba jalonada de cosas morunas la mar de interesantes porque, claro, viniendo de Francia, por ejemplo, no iban a impresionarse con las catedrales góticas. ¡Caray! que además estaban afeadas con retablos barrocos de lo más emperifollados y oscuros. 

No, no, ni el románico ni el gótico, ni su proyección renacentista iban a captar la atención del gabacho educado en las formas prístinas de Issoire o de una Notre Dame de París, de Chartres, de Amiens, de Reims...

Pero esas formas moriscas repletas de letras cúficas, esas mezquitas de columnas infintas, de chorretones pinjantes, de yesos imposibles, nunca antes vistas... ah... eso sí que era toda una “novedad”, todo un placer para el viajero inquieto a la búsqueda de civilizaciones ignotas y lejanas, de orientes perdidos y colmados de olores dulces como la miel.

...

Y entonces llegó Napoleón, el descubridor de Egipto.


Y dijo, como hubiera dicho un Dios cualquiera en su correspondiente Génesis: “Cortarle la cabeza a las Mariantonetas es bueno, hágase en todo el orbe”. 

Ya saben uds. que se pasó por acá para domesticarnos.

Y algo nos debió de llegar de su progresía, que nos dio por hacer una Constitución. ¡Una Constitución! Por primera vez los pares del reino se pusieron a hacer algo moderno. Leches, joder, la hostia, qué emoción.

...

Lo malo es que que a uno le ocupen el país jode un huevo, y se le coge manía al invasor por muy limpita que tenga la casaca y por mucho que insista en arreglarnos la vida, con higiene y buenas formas. Que nos sacaron los muertos de las iglesias para llevarlos al cementerio, señores. Y nos abrieron el Museo del Prado. Todo el patrimonio regio al servicio del Pueblo ¿Qué les parece, eh? Guapos los gabachos. 

Pero, claro, aquello de todo para el pueblo pero sin el pueblo, al pueblo le jode. Porque hay que saber mandarle al niño limpiarse los mocos con didáctica dulzura y no a sopapos, como todo el mundo bien sabe. 

...

Así que a pesar de habernos puesto a hacer una Constitución gritamos “Vivan las caenas” y vitoreamos al gilipichis ese de Fernando VII, que era monarca a la antigua usanza. Absoluto, como la vodka.


Hasta que no se murió el colega, allá por el treintatrés del ochocientos, estuvimos otra vez jodidos. Más jodidos que antes, porque ahora sabíamos que existía la Revolución y la Soberanía nacional. Que existían las Constituciones y la libertad de prensa. Vamos, lo mismo que cuándo follas por primera vez que, aunque resulte raro, has intuido que el asunto mola, que alberga placeres de muerte que se pueden alcanzar a fuer de practicar con ahínco y ¡mecacho!, quieres más, y nada puede ser peor que que te dejen en el dique seco. 


Pero tranquilos que muerto el perro, no se acabó la rabia. 


Porque, vaya por dios, tenemos de heredera a una mujer y de regente a otra y así sucesivamente. Y a las mujeres nunca se les deja trabajar a gusto, no nos vamos a engañar. Que siempre hay personal tocando las narices, con un “quita quita mujer que ya lo hago yo” o un “hay que ver que culito más respingón se te pone cuando friegas, chati”. Por no hablar de que nada es más fácil que difamar a las putas esas que con sus encantos femeniles te hacen pecar sin querer, que tú luchabas por resistirte pero claro, inevitable sucumbir ¡son el diablo!

Así que entre pitos y flautas, curas merinos y carlosmaríaisidrosdeborbóm mediantes, no había forma de montar un Estado Liberal como Dios manda, joder. Algo se hizo por poner el tren, con capital inglés. Y por llevar las aguas a Madrid en canal. Pero poca cosa en comparación con las Francias, por ejemplo. 


Y luego, no se lo pierdan, porque a una republiquilla, ¡federal!, la primera que se pudo poner, le siguió un larguísima Restauración. Así que otra vez a las mismas. 


Claro, me dirán, no me compare a los Alfonsos con sus ancestros borbones. Y yo reconozco que las cosas habían cambiado, cómo no. Pero no me negarán, que a esas alturas daban muchas ganas de que cambiaran más y más. 

Es como lo que pasa con la Iglesia hoy. Que sabemos que no pinta nada y no debería importarnos lo más mínimo su presencia. Pero es que es verles los oropeles a los monseñores y entrarte una ira de Dios que lo flipas ¿o no? Y eso, sólo de verles. Porque si además das en oirles ya es la hostia en vinagre. Ganas de asesinar dan, de descolgar a Cristo para atizar con la cruz al personal. 


Y ahí es dónde entra la devoción por la Segunda República


No me negarán que después de años de liberalismo frustrado, con pucherazos y alternancias no era tiempo de aliviarse un poco. Ah... qué placer, poder votar a Constituyentes, formar parte de un partido o un sindicato, discutir en el café a pulmón partido...


Por eso da tanta rabia que los mismos de siempre (militares, iglesia, terratenientes...), cortaran de cuajo la ilusión y fastidiaran, sin dejarlo andar, el invento. Despotricaban contra una tradición liberal (masónica), casi inexistente, y reimpusieron el orden del Antiguo Régimen. Hay que joderse, en pleno siglo XX. 

Muera el rojo asesino, el comunista matón, el anarquista terrorista. Viva la tradición, la patria y el orden.


Si alguno con seso da en llamarme demagoga o solamente ignorante hágalo sin reparos que yo le atiendo. Que esto no quiere ser dogma, ni siquiera afirmación. Que es sólo que me pongo tontorrona y triste, con las cosas que pasaron.

¿Será tiempo de pensar en el futuro o es el futuro aciago?


Estimados conciudadanos:


Habrán visto que he abierto acá en la columna izquierda de este blog un listado en el que hago una breve descripción de cada una de las etiquetas con que se ordenan los post. Ya ven, me ha dado por ordenar el asunto. Será que no tengo otra cosa qué hacer, o que en el fondo el Orden, me es apreciado y querido, por mucho que me parezca una quimera, un imposible, vana ilusión.

Sé que a más de uno se le desplegará la sonrisilla al verme intentando aplicar concierto al caos. Pues sepa quién así reaccione que es que yo por una sonrisa doy mundos y si para obtener tal recompensa he de ordenar, pues ordeno. Ordeno y mando. 

Y como una cosa lleva a la otra me ha dado, también, por abrir un nuevo proceso de etiquetado bajo el que agrupar sesudas reflexiones sobre Historia e Historia del Arte. Anda jaleo, ahora les da por carcajearse a mandíbula batiente. Ah, no se lo reprocho, no me caracterizo por lo avezado de mi neurona e imaginarme cual pensador rodiniano, en periclitada postura, debe de ser irisorio. Je, je... hasta a mí se me está desternillando la ternilla. 

Qué quieren que yo le haga si sigo siendo una inocente que piensa que hacer cosas es bueno sólo por hacerlas. Dirán que me meto en camisas de once varas al tratar asuntos de tan amplio calado. Porque, además, como bien pueden intuir, no pienso aplicar nada de seriedad y el rigor, aunque haré lo posible porque no sea así, será más bien escaso. 

Me consuelo pensando que es sólo un experimento, de insondables pretensiones. Como todo. Un nuevo intento por obtener interlocutores con quienes discutir. Me viene dando una pereza bárbara oponerme a la opinión ajena, y he de evitar la vagancia. 

Alea jacta est, pues.

martes, octubre 07, 2008

Qué tonta

Sé que eres tú quien oculta en la espesura de letras me habla sin parar. Se que soy yo el objeto de tus soliloquios porque me llamas en cada acento, me requieres en todos los puntos y hasta me lanzas guiños en algunas comas. 

Sé que tus desmanes verborreicos, tus torpes ripios son todos míos, que me los dedicas, los dejas abandonados en mitad de mi camino para que me los tropiece y los recoja, para que una vez reparados de su estancia en el desierto, les devuelva el hálito de un soplido y los coleccione con mimo. 

Lo sé.

Pero ¿acaso esperas que tracen mis pasos tus sendas? ¿Que mis ojos crucen tus miradas? ¿Qué acierte si quiera a escuchar el susurro sibilante que se pierde en el aire?


Qué tonta.


Tú siempre tan inflamada en ansias. Tan palpitante en tensiones, tan mordiéndote los dientes en la espera. 


Pues espera, espera.


Pero no me esperes a mí que no existo más allá de tu esperanza. 


Y ahora me río, porque te veo contrita, y de pronto decides corporeizarme. En cualquiera, aseguras. En el primero que pase y se deje. Y vuelvo a reirme, porque bien veo que el despecho te obceca ¿Aguantarán otros yunques y martillos tu taladradora lengua?¿Podrán otros labios afirmarte con tino?¿Acertará cualquier ojo a perforarte el ombligo?


Póstrate ante mi próximo verso y rompo contigo. 



lunes, octubre 06, 2008

Sostenimiento vitalicio



Habrán de saber que acostumbro a consumir mis domingos en la casa familiar que aún me acoge y alimenta sin quejas expresas. Allí me reparo y recibo con agradecimiento los afectos varios que, cada uno a su manera, me profesan mis progenitores. 

Todo perfecto a no ser porque tiendo igualmente a llegar con unos resacones pertinaces, lacerantes, taladrantes, insostenibles, que me hacen temblar al contacto con las tazas de café que al contactar con mi tembleque se desparraman sin pudor ninguno por el mantel, por mi camisa, traspasándome la camiseta (empieza a hacer frío, que quieren que yo le haga) para terminar llegando hasta el sujetador. 

Es el momento de plantear mis cuitas. Porque el lavado de la prenda íntima me viene ocasionando una serie de problemas desquiciantes, relacionados con el desplazamiento del aro sostenedor a ritmo de centrifugado. Pero hija mía, es que los sujetadores hay que lavarlos a mano... Pero qué me dices... El caso es que como últimamente vengo comprándolos a módico precio en una de esas tiendas estandarizadas en las que todo queda a expensas del sobeteo del cliente, pues no encuentro motivo para tomarme tanta molestia. Claro que, la verdad es que son estos unos sujetadores de mierda, que ando fluctuando entre la 90 y la 85 y con ninguna de las dos me apaño...

Es entonces el factor paterno quien severo interviene. Asegura comprender que andar todo el día encorsetada ha de ser una tortura insufrible y acompaña el comentario con un gesto tan descriptivo como bochornoso. Añade a continuación que no hay que ahorrar en tales cuestiones pues, al igual que ocurre con los zapatos, bajo ninguna circunstancia debe de ponerse en peligro la integridad física y mucho menos por un quítame allá unos euros. Afeada mi racanería, argumento que la diferencia en el desembolso es notabilísima y que la incomodidad de probarse la prenda no desciende con el aumento del precio, lo que mantiene inquebrantable la posibilidad de equivocarse. Que hasta que no has cargado un par de días con ello no sabes si es de tu agrado o no. Como todo, vamos, que también con los zapatos pasa lo mismo.  Y lo que es peor aún, continúo, un sostén de calidad, un buen güonderbrá de lencería fina, convertiría mi pechamen, de común anodino, en una provocación y quién sabe si no despertaría el deseo libidinoso de algún viandante lascivo quien, por otra parte, e importante es decirlo, estaría siendo totalmente engañado, inocente, al pensar que es turgencia y altiva elevación, lo que no es sino diseño de última generación, es más...  Calla, hija, calla, y haz lo que se te ponga en las narices, pero por favor no vuelvas a tirar nada. 

viernes, octubre 03, 2008

THE LAST DAY


DÍA NOVENO


Me he enterado de que originariamente la patrona de Barcelona era una tal Santa Eulalia. Luego, a saber por qué (le pasaría como a Rosa María Mateo en la Televisión Pública), la sustituyeron por La Mercé.
Sepan que, en venganza, llueve siempre en tan señaladas fiestas (aunque este año lo hizo sólo el lunes con profusión, el martes con displicencia y el miércoles lució espléndido el sol.)

EL OCTAVO DÍA


No sé si les he contado alguna vez que me causa gran frustración no saber idiomas. Que me hablen y no enterarme de la misa la media o intentar expresarme y no encontrar comprensión ajena, me taladra las falordias.
Claro que... eso también me ocurre cuando me hablan y me expreso en mi propia lengua.

martes, septiembre 30, 2008

DÍA SÉPTIMO


No se lo pierdan


Con motivo de las Jornadas Europeas de Patrimonio la Biblioteca Nacional de Francia abrió sus puertas el Domingo. Y ahí estaban los funcionarios, oigan, un domingo, enseñando cómo se tratan las cosas. Con qué cuidadín y mimo.

Pero lo más molón, así de ver, fue la sala de lectura de la Biblioteca del Instituto Nacional de Historia del Arte, que se encuentra en el mismo recinto.
Tan molona como la de la propia Biblioteca Nacional...  (las grandes Bibliotecas es lo que tienen, que son de un rimbombante que te cagas por la patilla abajo. Menos mal que enseguida te sacan algún libro viejo en el que meter las narices, porque, si no, te quedas en las musarañas) Pero no es eso lo que más llamó mi atención. El asunto es que pudimos entrar también a la "trastienda", en el "almacén" de los libros. Allí donde se preservan en anaqueles infinitos, como los que describiera Borges. 
Pero, tranquilos, que ahora viene lo bueno. Resulta que todo estaba vacío. Ni un solo lomo de letras doradas asomando. Nada de nada. Niente. Rien. Res. Sólo polvo y estanterías muertas. 
Me pareció oír a una de esas señoritas que suelen desgañitarse en lugares "emblemáticos" frente a un montón de gente que quiere escuchar, pero no saben lo que les están diciendo, asegurar que andaban en trámites de "modernización", que las instalaciones estaban obsoletas y había que adaptarlas a los nuevos tiempos, estos que corren tan sin saber a dónde van. 
Y no digo yo nada contra tan nobles pretensiones, conste. Pero afirmaciones de tal pelo me hacen temblar las carnes. 
Ya me perdonarán, pero a mí, miope y algo bizca, todo aquello me parecía que estaba bien así. Oiga, que para guardar libros lo que hace falta son estanterías. Y no me venga con humedades relativas.... que le suelto alguna guarrada ¿eh? (¡humedades a mí!)
El caso es que el prurrito este de andar modernizándolo todo (incluso lo que en principio no es necesario) pues nos deja sin cosas viejas de verdad, de esas que han permanecido inalteradas al paso de los siglos. Y digo yo que alguna podríamos dejar ¿no?, un par de ellas a lo sumo. 
Debo confesar que a mí... me gustan las cosas viejas, qué quieren que yo le haga, y mucho más si funcionan todavía (procuren en este momento no hacer extrapolaciones sexuales, se lo ruego, que aunque no estén fuera de lugar, no quiero que me afeen el discurso, ¡por Dios! que me estoy poniendo seria y engolada).
Puta manía oiga. Si quiere algo nuevo, pues cómprese el IPod Touch. Pero no me tunee el seiscientos, por favor, que no me interesa alcanzar los doscientos. 
Estas defensas viejunas me son esporádicas, no se preocupen, mañana me dará por ponerme vanguardista y abogaré por la destrucción de la Victoria de Samotracia. 



DÍA SEXTO


DÍA QUINTO



Mejor empiezo a no decir nada

DÍA CUARTO


Richard Avedon, americano de nacimiento, realizó en París, capital de la Alta Costura, gran cantidad de fotografías de moda, en las que las más granadas maniquís del momento contoneaban sus cuerpos curvilíneos ante el objetivo para mayor gloria de trapillo de Dior con que se engalanaban. 

Todo glamour y elevada sociedad en los años en que los galanes y femmes fatales se asomaban al mundo para asombrarlo no sólo en las pantallas de cine, sino también a través del papel couché, brillante y deslumbrante como sus blancas dentaduras inasequibles al consumo masivo de tabaco. 

En los años ochenta le dió por hacer una tourné por lo más profundo de la profunda Norte América. Abandonó a las chicas guapas y frágiles de Europa para fijar su mirada exuberante en mineros, apicultores, descarriados y adolescentes del Nuevo Mundo. Tras ellos, un fondo blanco e impoluto aísla  la figura de todo contexto y la expone tal cual a la fascinación del espectador. 

El encuadre no suele cernirse exclusivamente sobre el rostro, sino que la mayoría de las veces un medio plano, o incluso un plano americano permite ver la indumentaria. El tamaño de estas fotografías (al menos en la exposición del Jeu de Paume) sitúa al público frente a esas ropas ajadas y ha de desplazar la mirada hacía arriba para apercibirse del rostro. Al menos, situándose en la proximidad inquebrantable de la línea que impide acercase más. Y esa se supone que es una de las grandes virtudes de una exposición que, si la afluencia lo permite, facilita la posibilidad de pegar la nariz a las chef d’oeuvres. Así pues, puede uno perderse, sin querer, en las texturas de los tejidos vaqueros de los retratados antes de alcanzar a cruzarse con sus ojos que miran a la cámara tras la que podemos imaginar a Richar Avedon ¿Dando instrucciones sobre la pose? ¿Guardando silencio ante la grandiosidad del evento, epatado e impresionado por el objeto de su deseo? ¿Calculando, sin más, la velocidad y abertura del obturador? ¿Contando algún chiste?

Me pregunto si soy yo la que no ha sabido mirar al rostro de la víctima fotográfica o si ha sido la tradición textil de Avedon la que me ha llevado entretenerme en menudencias vestimentales. Y me pregunto si la genialidad de la pose, la certeza de los ojos, son mérito del modelo o del fotógrafo artista modelador. 

Desconozco si los positivos expuestos son “originales”, los realizados por el propio Avedon por primera vez, o si han sido revelados posteriormente. No sé si los formatos (tan sumamente determinantes), han sido modificados para la ocasión. 

Salgo repleta de preguntas y dudas con las que no sé cuánto tiempo habré de cargar ¿Se me pasará sin más? ¿Lograré satisfacer alguna de ellas?


DÍA TERCERO


“Toda la tarde encerrada en la Biblioteca de la Maison Europeenne de la Photographie, desde las dos hasta las siete (es lo que tiene el horario de comida francés). Fascinada por el catálogo (publicaciones sobre fotografía desde los años treinta). Tuve que hacer grandes esfuerzos para no apuntarme todos los títulos. Allí aparecían las grandes obras de la historia de la fotografía que fueron pioneras en sus primeras ediciones, en su lengua original. Aquellas obras siempre referenciadas en todas las bibliografías y que yo nunca había tenido entre mis manos (al menos la edición primera). 

A pesar de mis dificultades con el inglés y el francés (o tal vez precisamente porque ello me obliga a aplicar gran cantidad de imaginación) me han vuelto a surgir mis paralizantes escrúpulos historiográficos. Esos que me empujan a entretenerme en disquisiciones desquiciantes sin más beneficio que el consumo desaforado de tiempo preciado. 

Esas interminables enumeraciones de “los grandes nombres” y de las extraordinarias cualidades de sus trabajos fotográficos, que han de reverenciarse sin cuestión ni duda ninguna. 

Postración inquebrantable ante los dioses cuyos pies, si son de barro, no son frágiles y quebradizos al contacto con el martillo, sino plásticos y maleables, adaptables (be water, my friend) al paso de siglo y pico.

Tus ojos son indignos de posarse si quiera en la más pobre reproducción de la más insustancial de sus obras. Nada entiende tu cerebro vacío.”

lunes, septiembre 29, 2008

DÍA SEGUNDO


Insistí contumaz en acudir a la Biblioteca Nacional de Francia, con el ansía inflamada ante el próximo encuentro con sus fondos bibliográficos y fotográficos. Lara transigió benévola, como haría durante toda mi estancia, como siempre ha hecho. Al menos, supongo que pensaba, está en el Barrio del Marais (su preferido). 

Al llegar comprobamos con desesperación que tan egregia institución, tan elevado almacén, cierra una semana al año por motivos, sin duda, elevados. Y ¿a qué no saben qué semana ha tocado este año? Pues sí. Precisamente aquella en que yo había dado en pasar en la ciudad del Sena. Pueden imaginarse mi rostro congestionado, no se sabe si por la ira, o por la vergüenza de no haberme enterado de tan importante noticia. 

Para consolarme, Lara me aseguró que en las proximidades había una galería de photographie ancienne que podría resarcirme, algo, de mi disgusto. Al llegar al dicho lugar prometedor, comprobamos que no abría hasta las tres de la tarde, motivo por el que decidimos quedarnos en las proximidades para pasar después de comer. 

Decidimos pasear, tal vez con al esperanza de que se me disipara el mal trago de la Biblioteca, y llegamos a una de aquellas galerías cubiertas que dicen las guías de viaje que son “características del lugar”. Héte acá que topamos con una maravillosa librería de viejo en la que metimos las narices hasta el fondo, durante largo tiempo (Librairie F. Jousseaume). 

Salí de allí con una guía de viaje de l`Espagne, escrita en aquellos años en que en aquél país tan peculiar, había una República, la segunda, al decir de los lugareños. Un texto repleto de tópicos deliciosos con los que no hay forma de identificarse (¿no pasa lo mismo  con los horóscopos?).

...

Hay constancia fotográfica del hecho porque alguien tuvo a bien hacerme una toma en la que aparezco en los jardines del Palacio Real leyendo el susodicho libro. He de poner en su comunicación que el disparo no fue motivado por la admiración, o por la curiosidad, ni siquiera por un leve afecto, sino que fue realizado tras una súplica recalcitrante que no tiene justificación alguna y que incluía un torpe posado. 

Es algo que me pasa habitualmente. Sin no lo pido, no hay Dios que me haga una foto. Tengo en mente relatar este rasgo de mi persona en verso alejandrino. Revelaré la frustración de quién siempre detrás del objetivo no encuentra quien le retrate. Haré relación minuciosa de las causas: un perfil insostenible, una frente arrugada, una nariz inconcebible, unas orejas inconmensurables, una barbilla austriaca, un belfo equino, un gesto siempre esquivo, unos ojos hidrópicos, unos pómulos psicóticos. Afotogenia: grave trastorno genético que de no saberse tratar a tiempo redunda en crónico.

...

Se nos hizo la hora de comer y lo hicimos en un también “característico” restaurante judío. Una especie de “bocata” de esos en los que te pone la carne en los kebab, pero repleto de cosas judías. Unas bolas rebozadas de no sé qué especie de puré de garbanzos. Esto tiene un nombre, una forma de hacerse entender con precisión. Pero, y no es que desee que no me entiendan uds., nada más lejos de mi intención, resulta que enterarme de cual sea el dicho nombre me va a suponer un esfuerzo tan ímprobo que no merece la pena (como todo esfuerzo de tales magnitudes).

Ya satisfecha nuestras necesidades nutritivas volvimos a aquella tan prometedora galería de fotografía antigua. Inauguraban una exposición compuesta por fotografías, dibujos y pinturas, de un artista de cuyo nombre nunca tuve intención de acordarme. Un tipo encantado con los tipos, a los que retrataba con una mirada sugerente y atractiva... para los tipos. Y allí estábamos Lara y yo, heterosexualmente inadaptadas al medio reinante, haciendo pasar ante nuestros ojos grandes formatos en blanco y negro, de grandes maromos dispuestos para la lascivia de otros maromos igualmente grandes, aunque algo más envejecidos (tal era el público). Y yo que pensaba encontrarme retratos de militares embigotados, madres con sus niños, familias con bombín, edificios viejunos, paisajes paradisíacos... 




DÍA PRIMERO


Me dirigí en autobús hacia Bilbao. Una vez allí, cogí el correspondiente hacia el Aeropuerto. Ya en tan egregio lugar, me comí un platano, cuya monda lironda no pude tirar a la basura porque, por motivos de seguridad, no hay papeleras en el recinto. 

La seguridad, ya ven, nos ha vuelto, además de paranoicos, un poco guarrillos. 

De Bilbao, volé a las tres de la tarde hacia París, para aterrizar en el Aeropuerto de Orly, donde dí con una navette que por el módico precio de 6 euros (¡) me llevó a una boca del metro de la línea 7. Sumida en el submundo di con mis huesos y mi maleta en el Kremlin-Bicetre dónde, a pesar de mis continuos temores, supe encontrar, ¡tan familiar me resultó todo al primer golpe de aire!, el hogar en que mis amistades me acogían. 

Claro, que mis acogedores amistades no estaban en casa, motivo por el cual, tuvieron a bien haberme proporcionado anteriormente las llaves que me franquearan su espacio de habitación habitual. 

Tuve un pequeño problema con la clave de acceso al portal. Por más que presionaba los números indicados, aquello no cedía. Gracias al cielo protector, que sin duda velaba por mí, un vecino saliente me permitió acceder y llegar a mi destino, en el que decidí restar queda pues tan peliagudo había sido alcanzarlo.

Me hubiera gustado salir a comprar unos crusanes con que honrar a mis benefactores a su llegada, que no habría de ser mucho más tarde, y en su lugar me salí al balcón a fumar, a asomarme para recibirles con gritos de alegría al verles cruzar la calle y a escribir unos extraños garabatos, bien poco inspirados.

...

Sepan, para terminar el relato del día de mi llegada a París, que el frío de la terraza y la oscuridad de la noche que se avecinaba sin remedio, me obligaron a volver al interior de la casa. Así que no pude gritar alegre desde el balcón, cual Heidi treintañera, para recibir a mis amigos. En su lugar husmeé sin pudor la biblioteca del salón. Aprobé el gusto de mis amistades e inicié la lectura de El jardín de las dudas, de Savater, en el que estuve sumida, suspirando por Voltaire, toda mi semana parisina.



Relación del viaje


Siempre he tenido un particular aprecio por los relatos de viaje: Aquellos escritos minuciosos que narran las aventuras surgidas en los más grandes y azarosos transcursos. Desde La Odisea hasta La vuelta al mundo en ochenta días, he procurado devorar con devoción el difícil deambular de mis héroes por los más exóticos parajes. 

Más de una vez, yo misma, llevada por ese purrito extravagante que me enrojece las carnes, he tenido el atrevimiento de escribir mis avatares en tales circunstancias, sin ningún éxito. 

Sea por que mis salidas del terruño han carecido del más mínimo interés, sea porque no me alcanza la pluma (oissss) para darles a los eventos la perspectiva que los haga atractivos, no he sabido superar la monótona enumeración de horas y medios de transporte, de puntos de partida y destinos pasajeros...

viernes, septiembre 12, 2008

SEPAN

cuantos la presente vieren y entendieren que 

yo

Remedios Barto


Reina de los Desamparados, de las Indias (y los indios) orientales, marquesa de la Pampa (¡pamplinas!) y señora del primer valle por el que pase:

Parto este lunes, 15 de septiembre del año que nos corroe, a Bilbao, para desde allí volar a París.

Que en París volveré a negarme a subir a la Torre Eiffel y a peregrinar al Pere-Lachaise, con la esperanza de propiciar así “la próxima vez”.

Que allá estaré hasta el siguiente lunes, 22 de septiembre del año que sigue corroyéndonos, en que volaré de nuevo, avión mediante, a Barcelona. 

Item más, que a la fuerza habré de toparme con La Mercé, señora, al parecer, de mucha enjundia, pero a la que no sabré que decir por aquello del idioma.


Y que cuando regrese, pues siempre vuelvo, tal vez en autobús, tal vez en tren, por mucho que lo haya intentado, no seré ni más sabia, ni mejor persona.

Y que, por ello, me rasgaré las vestiduras y mesaré mis cabellos, lloraré amargamente y no encontrarán consuelo mis orillas. 


Y para que conste lo firmo y rubrico con este sello de placa.



jueves, septiembre 11, 2008

Qué poco mundo tenemos, Manolo.

- Qué poco mundo tenemos, Manolo...

- ¡Que me llamo Jaime, joder!

- Perdona chico que me he inquivocau.

- ¿Te gustaría, a caso, que yo te llamara Lola?

- Ni siquiera me has preguntado el nombre, así que no me vengas ahora con remilgos. 


- Qué poco mundo tenemos, Manolo.

- Y que lo digas, reina.

- ¿Para qué habremos salido del pueblo, si nos ha dado lo mismo?

- Lo mismito, vamos. Igual aquí que allá.

- Si cada vez que viajamos, para ver mundo, no nos enteramos de nada.

- Tienes razón.

- ¿Recuerdas, a caso, como era la catedral de Beauvais?

- Mucho grande, mucho grande y zás, se les cayó.


- Qué poco mundo tenemos, Manolo.

- Ay, Eloisa, ay.

- Apenas venimos de nacer.

- Y yo, sin embargo, ya te quiero para toda la vida.

- Manolo, Manolo, que no nos quitamos el pelo de la dehesa ni con caramelo hirviendo.

- Querida, yo no te quitaría ningún pelo del cuerpo, ni esos hirsutos que díscolos se yerguen en los momentos más inoportunos.

- Manolo, Manolo para el poco mundo que tenemos hay que ver lo que gozamos.


- Qué poco mundo tenemos, Manolo.

- Poco, muy poco.

- Mira que a mí eso me frustra mucho

- Pues no te de frusfrus por fruslerías, cariño.

- Si es que no me entiendes. No comprendes que el verme tan raquítica me destroza el alma.

- Sin exagerar, que buenas carnes te cuelgan, que bien lo sé, que con ellas me satisfago.

- Ves, lo que yo decía...


- Qué poco mundo tenemos, Manolo.

- Y cómo se aprovechan de nuestra ignorancia.

- Date cuenta de que no hace falta tener grandes cualidades para chuparnos las entrañas.

- Luego tenemos menos mundo aún del que pesamos.

- Pero ¿pensamos?

- Va a ser eso.

Reincidiendo sin remedio

martes, septiembre 09, 2008

Virtudes sin remedios.



Poseo una extraña virtud, a la que encuentro tantas ventajas como inconvenientes: No tengo ninguna credibilidad.

 

Cuando aún practicaba el noble sacramento de la confesión el santo padre que escuchaba mis pecados en lugar de darme la absolución se negaba a reconocer la gravedad de mis faltas. Pero... balbucía yo... Y él, magnánimo, me cacheteaba la mejilla y, burlón, me despachaba sin oraciones de encargo. 

Yo no sabía si quedarme aliviada por mis bondades o maldecir a aquél cegato que no me limpiaba las culpas meas.


Hoy, voy sin pudor declarando mis amores, porque los afectados reciben el mensaje como otra gracieta más y no se dan por aludidos. Esto me libra de otorgar las múltiples satisfacciones que prometo en mis ardorosas palabras, hercúleos trabajos imposibles. Pero me deja, también, tal cual me ven, con el espíritu harapiento.

Y así sigo. Lanzando requerimientos sin ton ni son bajo la salvaguardia de que nadie se los toma en serio.

Confío en que así sea por mucho tiempo. Porque el día que alguien, inocente, me someta a consideración sincera ¿cómo saldré del brete?


viernes, septiembre 05, 2008

Zorpreza...



¿Recuerdas? Amenacé con hacerlo. 
Hecho queda