martes, septiembre 30, 2008

DÍA CUARTO


Richard Avedon, americano de nacimiento, realizó en París, capital de la Alta Costura, gran cantidad de fotografías de moda, en las que las más granadas maniquís del momento contoneaban sus cuerpos curvilíneos ante el objetivo para mayor gloria de trapillo de Dior con que se engalanaban. 

Todo glamour y elevada sociedad en los años en que los galanes y femmes fatales se asomaban al mundo para asombrarlo no sólo en las pantallas de cine, sino también a través del papel couché, brillante y deslumbrante como sus blancas dentaduras inasequibles al consumo masivo de tabaco. 

En los años ochenta le dió por hacer una tourné por lo más profundo de la profunda Norte América. Abandonó a las chicas guapas y frágiles de Europa para fijar su mirada exuberante en mineros, apicultores, descarriados y adolescentes del Nuevo Mundo. Tras ellos, un fondo blanco e impoluto aísla  la figura de todo contexto y la expone tal cual a la fascinación del espectador. 

El encuadre no suele cernirse exclusivamente sobre el rostro, sino que la mayoría de las veces un medio plano, o incluso un plano americano permite ver la indumentaria. El tamaño de estas fotografías (al menos en la exposición del Jeu de Paume) sitúa al público frente a esas ropas ajadas y ha de desplazar la mirada hacía arriba para apercibirse del rostro. Al menos, situándose en la proximidad inquebrantable de la línea que impide acercase más. Y esa se supone que es una de las grandes virtudes de una exposición que, si la afluencia lo permite, facilita la posibilidad de pegar la nariz a las chef d’oeuvres. Así pues, puede uno perderse, sin querer, en las texturas de los tejidos vaqueros de los retratados antes de alcanzar a cruzarse con sus ojos que miran a la cámara tras la que podemos imaginar a Richar Avedon ¿Dando instrucciones sobre la pose? ¿Guardando silencio ante la grandiosidad del evento, epatado e impresionado por el objeto de su deseo? ¿Calculando, sin más, la velocidad y abertura del obturador? ¿Contando algún chiste?

Me pregunto si soy yo la que no ha sabido mirar al rostro de la víctima fotográfica o si ha sido la tradición textil de Avedon la que me ha llevado entretenerme en menudencias vestimentales. Y me pregunto si la genialidad de la pose, la certeza de los ojos, son mérito del modelo o del fotógrafo artista modelador. 

Desconozco si los positivos expuestos son “originales”, los realizados por el propio Avedon por primera vez, o si han sido revelados posteriormente. No sé si los formatos (tan sumamente determinantes), han sido modificados para la ocasión. 

Salgo repleta de preguntas y dudas con las que no sé cuánto tiempo habré de cargar ¿Se me pasará sin más? ¿Lograré satisfacer alguna de ellas?


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