No es mi intención sembrar polémica...
Y es que me parece, señores, señoras, público presente, críticos afectos, imperfectos seguidores que lo que es Liberalismo, así dicho con mayúsculas, y en sentido político, económico, social y cultural, aquí en nuestro país, no lo hemos tenido.
Yo no sé como andaríamos allá por el 1800, que no me acuerdo, que era muy chica...
Decían los vecinos de allende los Pirineos que vestíamos harapos, comíamos con las manos y escupíamos en el suelo. Que éramos unos bárbaros, vamos, a pesar de lo deliciosamente altivas que resultaban las ruinas de nuestro pasado.
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A sus ojos con monóculo nuestra historia estaba jalonada de cosas morunas la mar de interesantes porque, claro, viniendo de Francia, por ejemplo, no iban a impresionarse con las catedrales góticas. ¡Caray! que además estaban afeadas con retablos barrocos de lo más emperifollados y oscuros.
No, no, ni el románico ni el gótico, ni su proyección renacentista iban a captar la atención del gabacho educado en las formas prístinas de Issoire o de una Notre Dame de París, de Chartres, de Amiens, de Reims...
Pero esas formas moriscas repletas de letras cúficas, esas mezquitas de columnas infintas, de chorretones pinjantes, de yesos imposibles, nunca antes vistas... ah... eso sí que era toda una “novedad”, todo un placer para el viajero inquieto a la búsqueda de civilizaciones ignotas y lejanas, de orientes perdidos y colmados de olores dulces como la miel.
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Y entonces llegó Napoleón, el descubridor de Egipto.
Y dijo, como hubiera dicho un Dios cualquiera en su correspondiente Génesis: “Cortarle la cabeza a las Mariantonetas es bueno, hágase en todo el orbe”.
Ya saben uds. que se pasó por acá para domesticarnos.
Y algo nos debió de llegar de su progresía, que nos dio por hacer una Constitución. ¡Una Constitución! Por primera vez los pares del reino se pusieron a hacer algo moderno. Leches, joder, la hostia, qué emoción.
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Lo malo es que que a uno le ocupen el país jode un huevo, y se le coge manía al invasor por muy limpita que tenga la casaca y por mucho que insista en arreglarnos la vida, con higiene y buenas formas. Que nos sacaron los muertos de las iglesias para llevarlos al cementerio, señores. Y nos abrieron el Museo del Prado. Todo el patrimonio regio al servicio del Pueblo ¿Qué les parece, eh? Guapos los gabachos.
Pero, claro, aquello de todo para el pueblo pero sin el pueblo, al pueblo le jode. Porque hay que saber mandarle al niño limpiarse los mocos con didáctica dulzura y no a sopapos, como todo el mundo bien sabe.
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Así que a pesar de habernos puesto a hacer una Constitución gritamos “Vivan las caenas” y vitoreamos al gilipichis ese de Fernando VII, que era monarca a la antigua usanza. Absoluto, como la vodka.
Hasta que no se murió el colega, allá por el treintatrés del ochocientos, estuvimos otra vez jodidos. Más jodidos que antes, porque ahora sabíamos que existía la Revolución y la Soberanía nacional. Que existían las Constituciones y la libertad de prensa. Vamos, lo mismo que cuándo follas por primera vez que, aunque resulte raro, has intuido que el asunto mola, que alberga placeres de muerte que se pueden alcanzar a fuer de practicar con ahínco y ¡mecacho!, quieres más, y nada puede ser peor que que te dejen en el dique seco.
Pero tranquilos que muerto el perro, no se acabó la rabia.
Porque, vaya por dios, tenemos de heredera a una mujer y de regente a otra y así sucesivamente. Y a las mujeres nunca se les deja trabajar a gusto, no nos vamos a engañar. Que siempre hay personal tocando las narices, con un “quita quita mujer que ya lo hago yo” o un “hay que ver que culito más respingón se te pone cuando friegas, chati”. Por no hablar de que nada es más fácil que difamar a las putas esas que con sus encantos femeniles te hacen pecar sin querer, que tú luchabas por resistirte pero claro, inevitable sucumbir ¡son el diablo!
Así que entre pitos y flautas, curas merinos y carlosmaríaisidrosdeborbóm mediantes, no había forma de montar un Estado Liberal como Dios manda, joder. Algo se hizo por poner el tren, con capital inglés. Y por llevar las aguas a Madrid en canal. Pero poca cosa en comparación con las Francias, por ejemplo.
Y luego, no se lo pierdan, porque a una republiquilla, ¡federal!, la primera que se pudo poner, le siguió un larguísima Restauración. Así que otra vez a las mismas.
Claro, me dirán, no me compare a los Alfonsos con sus ancestros borbones. Y yo reconozco que las cosas habían cambiado, cómo no. Pero no me negarán, que a esas alturas daban muchas ganas de que cambiaran más y más.
Es como lo que pasa con la Iglesia hoy. Que sabemos que no pinta nada y no debería importarnos lo más mínimo su presencia. Pero es que es verles los oropeles a los monseñores y entrarte una ira de Dios que lo flipas ¿o no? Y eso, sólo de verles. Porque si además das en oirles ya es la hostia en vinagre. Ganas de asesinar dan, de descolgar a Cristo para atizar con la cruz al personal.
Y ahí es dónde entra la devoción por la Segunda República.
No me negarán que después de años de liberalismo frustrado, con pucherazos y alternancias no era tiempo de aliviarse un poco. Ah... qué placer, poder votar a Constituyentes, formar parte de un partido o un sindicato, discutir en el café a pulmón partido...
Por eso da tanta rabia que los mismos de siempre (militares, iglesia, terratenientes...), cortaran de cuajo la ilusión y fastidiaran, sin dejarlo andar, el invento. Despotricaban contra una tradición liberal (masónica), casi inexistente, y reimpusieron el orden del Antiguo Régimen. Hay que joderse, en pleno siglo XX.
Muera el rojo asesino, el comunista matón, el anarquista terrorista. Viva la tradición, la patria y el orden.
Si alguno con seso da en llamarme demagoga o solamente ignorante hágalo sin reparos que yo le atiendo. Que esto no quiere ser dogma, ni siquiera afirmación. Que es sólo que me pongo tontorrona y triste, con las cosas que pasaron.
¿Será tiempo de pensar en el futuro o es el futuro aciago?