jueves, julio 12, 2007

Santiago

Antes de encender el cigarrillo siempre lo golpeaba ligeramente sobre el dorso de la mano, como para asentarlo. Luego humedecía ligeramente la boquilla y se entregaba con placer a juguetear con el humo.
Pensaba en Santiago de Compostela haciendo memoria al hilo de las volutas. Procuraba huir de los lugares comunes de peregrinos cansado y de turistas quemados. No, no… Nada de nuncios papales saludando desde la fachada del Obradoiro.
Decidió perderse por alguna rúa o por la Rúa y llegar hasta la Alameda y sentarse junto al manco barbado y, evitando bromear con el acento, decirle ¡qué D.Ramón! ¿nos fumamos un peta?
Pero se dio cuenta de que no era un copito de nieve único en el universo. No era especial y cometería los errores de todos. Siguió fumando como fumaría cualquiera.

miércoles, julio 11, 2007

Misantropía

Padezco una marcada misantropía heredada directamente de mis padres a quienes Dios crió y juntó para separarlos del resto del mundo. También mis hermanos sufren tales rigores aunque cada uno a su modo, como yo misma, intenta eludirlos refugiándose en gentes acogedoras.
A pesar de los esfuerzos por superar el Mal que me aqueja, aflora espontáneamente sin que pueda controlarlo y me tuerce el gesto ante la multitud y sella mis labios a los desconocidos.
Así, cuando, hace años, en la facultad, a algún profesor pusilánime se le revolvía la clase y optaba por continuarla para sí mismo, yo no dudaba en levantarme de mi asiento y acercarme más al gurú a fin de alcanzar a oír alguna de sus palabras. Aquello me granjeaba ciertos desprecios que yo saboreaba desde mi incomprensible vanidad.
Ahora, cuando he de desplazarme, nocturna y alevosa, entre la muchedumbre, miro a las caras de aquellos a quienes rozo con algo de asco, y respondo a sus insultos faciales canturreando la canción que suene: “Tengo para tíiiiiiiiii….”
Quiero volverme minimalista. Nada de barroquismos. Yo me como las plazas mayores de Salamana y las fachadas del Obradoiro. No quiero ser funcional. Sólo quiero no ser. No estar. Desaparecer, como la bruja del norte, al contacto con el agua.
Qué llueva, qué llueva, la Virgen de la Cueva...
La cueva... Sí. Será suficiente. Aquí me quedo.
Esto ya es bastante complicado por sí mismo. Ya me cuesta escribir normalmente como para que ahora la máquina se me tuerza rebelde y no cumpla mis designios.
¿Me escuchas? Soy tu Dios, y si te digo que publiques con mi dedo omnímodo no ha lugar la desobediciencia.
¡Publica! o padecerás los rigores de mi ira¡
Publica! o desaparece para siempre, muere.
¡Publica! porque es mi deseo y no a otra cosa has venido a este mundo sino a satisfacerme.
¡Publica! pública.

martes, julio 10, 2007

L'Hospital

Llega a hospital, todos los días, incluidos los domingos, a eso de las nueve. Camina rápido, casi corriendo, y saluda con la voz alquitranada. Pasa la capilla, atraviesa el pasillo y cruza la puerta de la habitación.
En la silla de ruedas, con el camisón a la virulé, la anciana espera, o no, pues es difícil adivinar su estado de ánimo. Unas palabras que quieren ser reconfortantes y, con suerte, alguna respuesta ininteligible.
El desayuno es frugal, pero la lentitud de la ingesta puede llegar a alargarlo más allá de la media hora. Yogur a cucharadas, poco a poco. La anciana se relame, parece paladear con gusto el saborcillo lácteo. Aunque siempre cabe la duda de si no serán, sus vueltas bucales, sólo fruto del vacío dental.
Le coloca la ropa con mucho cuidado, temiendo, en cada gesto, romperle algo. La bata gris de verano. Arriba este bracito, adentro la manga. Ahora, igual con el otro. Muy bien. El cojín para las piernas envueltas en la manta de cuadros. La chaqueta y la toquilla. El pañuelo, al cuello.
Y a pasear, lentamente.