Hoy (y hoy puede ser cualquier día, no crean que publico los post recién escritos) me he dado cuenta de que no puedo tratar ningún asunto con seriedad porque me pongo a llorar como una Magdalena.
Se ve que por eso procuro andar descojonada todo el día, porque la alternativa es un caudaloso cauce de lágrimas sin posibilidad de retención.
Conste que me jode, porque el llanto tiene muy mala prensa, y si es femenino, ni les cuento (ya lo dice el refranero: “En cojera de perro y lágrima de mujer, no has de creer”).
Así que, como no puedo aguantármelo (por inverosímil que parezca) tengo que huir, cual héroe de las erinias, de todo lo serio que me rodea.
Ese es mi castigo, el pecado cometido lo desconozco, condenada a llorar ante los asuntos graves o a burlarse de ellos como si importaran un bledo.
Pena horrenda, andar todo el día queriendo llorar y no hacerlo por vergüenza.
Conste también, que me gustaría poder llorar a raudales, aunque los hipos me impidieran balbucir con claridad mis argumentos, pero es obvio que con lágrimas en los ojos no hay forma de comunicarse con nadie.
Así que, lo siento.
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