Habrán de saber que acostumbro a consumir mis domingos en la casa familiar que aún me acoge y alimenta sin quejas expresas. Allí me reparo y recibo con agradecimiento los afectos varios que, cada uno a su manera, me profesan mis progenitores.
Todo perfecto a no ser porque tiendo igualmente a llegar con unos resacones pertinaces, lacerantes, taladrantes, insostenibles, que me hacen temblar al contacto con las tazas de café que al contactar con mi tembleque se desparraman sin pudor ninguno por el mantel, por mi camisa, traspasándome la camiseta (empieza a hacer frío, que quieren que yo le haga) para terminar llegando hasta el sujetador.
Es el momento de plantear mis cuitas. Porque el lavado de la prenda íntima me viene ocasionando una serie de problemas desquiciantes, relacionados con el desplazamiento del aro sostenedor a ritmo de centrifugado. Pero hija mía, es que los sujetadores hay que lavarlos a mano... Pero qué me dices... El caso es que como últimamente vengo comprándolos a módico precio en una de esas tiendas estandarizadas en las que todo queda a expensas del sobeteo del cliente, pues no encuentro motivo para tomarme tanta molestia. Claro que, la verdad es que son estos unos sujetadores de mierda, que ando fluctuando entre la 90 y la 85 y con ninguna de las dos me apaño...
Es entonces el factor paterno quien severo interviene. Asegura comprender que andar todo el día encorsetada ha de ser una tortura insufrible y acompaña el comentario con un gesto tan descriptivo como bochornoso. Añade a continuación que no hay que ahorrar en tales cuestiones pues, al igual que ocurre con los zapatos, bajo ninguna circunstancia debe de ponerse en peligro la integridad física y mucho menos por un quítame allá unos euros. Afeada mi racanería, argumento que la diferencia en el desembolso es notabilísima y que la incomodidad de probarse la prenda no desciende con el aumento del precio, lo que mantiene inquebrantable la posibilidad de equivocarse. Que hasta que no has cargado un par de días con ello no sabes si es de tu agrado o no. Como todo, vamos, que también con los zapatos pasa lo mismo. Y lo que es peor aún, continúo, un sostén de calidad, un buen güonderbrá de lencería fina, convertiría mi pechamen, de común anodino, en una provocación y quién sabe si no despertaría el deseo libidinoso de algún viandante lascivo quien, por otra parte, e importante es decirlo, estaría siendo totalmente engañado, inocente, al pensar que es turgencia y altiva elevación, lo que no es sino diseño de última generación, es más... Calla, hija, calla, y haz lo que se te ponga en las narices, pero por favor no vuelvas a tirar nada.
2 comentarios:
Uh, ésta me la sé. Existen unas modestas y cómodas bolsas en forma de red con una cremallera que consiguen mantener el sujetador inmóvil durante el meneo al que la lavadora lo somete y que podrá comprar en cualquier tienda de todo a cien. De este modo el arillo sigue en su sitio y dado que la red permite el paso del agua, el sujetador aparecerá sin ninguna mancha, bien sea de café o de cualquier otro líquido que accidentalmente haya ido a parar a su prenda. Tenga cuidado con los aros sueltos de los sujetadores, pues pueden dañar la lavadora.
Sin otro particular etcétera...
Ah, estimadísima:
No sabe cuánto agradezco la claridad de su explicación. Y sobre todo que venga con naturalidad y sin sorpresas de esas de "pero esta niña no se ha desayunado todavía"
Para su tranquilidad, aunque no creo que mi inutilidad vital le traiga preocupación alguna, le diré que ya ha puesto mi compañera de piso en mis manos una de esas bolsitas tan útiles.
He de decir al respecto, también, que lo ha hecho en aras de la lavadora, claro, y no de la longevidad de mis prendas íntimas. Lógico, por otra parte. Mejor vivir sin sujetador que sin lavadora.
Hm... qué sugerente vivir sin sujetador... ¿y si lo quemáramos al tiempo que reivindicamos el sufragio femenino? Demasiado tarde me temo... Habrá que solicitar otra cosa...
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