Escribo fragmentadamente, como veo la televisión, como escucho música. Y reitero, repito, reincido, hasta la saciedad. No sé poner las comas. No hilvano el discurso.
Para mí, las frases son piezas de un puzzle informe, que yuxtapongo sin que encajen. Una detrás de otra, sin tocarse. Signo de los tiempos. Las Señoritas de Avignon. Pero llega la época de las Redes y es preciso volver a tejer la malla del mundo. Lo hemos roto, desestructurado. Ahora hay que montarlo de nuevo.
Y aquí el problema de los conectores, esas partículas-nudos que atan unas frases a otras. Conjunciones, expresiones que supeditan unos pensamientos a otros. Nada debe quedar fuera.
Es preocupante. Creí que era concisa, que recurría a las elipsis con plena conciencia cuando, al parecer, en realidad, simplemente acumulo los datos con mayor o menor orden. Grave error. Preclaro síntoma de una enfermedad que espero curable (¡Con lo que me gusta estar enferma!).
Causa y efecto. Todo hecho es producido y provoca a su vez otro fenómeno. ¿Puedo cuestionarlo? ¿No lo ha hecho ya la filosofía? ¿O ha hecho todo lo contrario?. Debería prohibírseme el escepticismo. No estoy preparada para el pensamiento crítico. No ordeno mis ideas. Estoy sometida a una continua tormenta. Porque el orden me es odioso. ¿Por qué el orden me es odioso?. Posiblemente (¡sin duda!) porque exige un esfuerzo, y soy perezosa. Eso soy. Esa es mi esencia. Habrá quienes tengan alma. Habrá quienes estén poseídos por la maldad. Yo, despojada, soy la Pereza.
miércoles, septiembre 20, 2006
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2 comentarios:
Eso le pasaba a James Joyce. Y entonces escribió Ulises. Y otros tipos inventaron el modernismo y tal y cual... No es tan grave, de todo se saca partido.
El que no se consuela es porque no quiere.
Sí, eso haré. Escribiré el Ulises y luego inventaré el modernismo. O viceversa.
He leído en El País de hoy, precipitadamente y sin atención, una columna de Vicente Verdú sobre la falta de atención y la precipitación de las nuevas generaciones, las del botellón supongo.
Al parecer este comportamiento, o forma de vida, o lo que cojones sea, es fruto directo de la tecnología al servicio de la masa (que, en este caso, no es un tipo grande y verde, sino un montón de tipos, y tipas, que se ponen verdes los unos a los otros).
Así pues, no parece que pueda juzgarse, aunque la mayoría de la gente que lo menciona lo hace con cierto pánico.
Estoy convencida de que Ulises no hubiera escrito el James Joyce, digo... viceversa, si hubiera tenido la compulsión de responder al correo electrónico o de hacer zapin. Ni Caupolicán se hubiera dado cuenta de que la princesa estaba triste si se hubiera pasado las horas muertas frente a un blog.
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