Cuando era pequeña mis padres me decían que tenían que haberme llamado Dolores ¡tan quejica era! Me pasaba el día lloriqueando, plañidera que se mesa los cabellos, arrastrándome por los pasillos con un me duele aquí, tengo pupa acullá.
Ahora que ya ando talluda, sigo siendo, como ven, víctima de mí, y de nuevo, por arte del subconsciente ajeno, vuelvo a recibir tan lolaico nombre.
Porque, verán, llevada por un prurito de vanidad incomprensible, voy susurrando por doquier que tengo un blog (albergo la esperanza, inocente, de ser leída -y admirada, o criticada con didáctica benevolencia-). Así, dejo caer mi velado seudónimo a las primeras de cambio ¡ni una copa mediante hace falta para soltarme la lengua!.
Pero, resulta que, no sólo ninguno de mis confidentes ha ido jamás, tras mi confesión, a teclearme en la Red, sino que, para más inri, les da por trastocarme el apelativo y andan pensando unos que me llamo Remedios de los Dolores y otros que Dolores Barto.
Lo peor de todo es que ambos bautizos me resultan mucho más lucidos que aquél con el que me intitulé hace ya ¡años!.
Si es que ni a ponerme nombre acierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario