Escribo fragmentadamente, como veo la televisión, como escucho música. Y reitero, repito, reincido, hasta la saciedad. No sé poner las comas. No hilvano el discurso.
Para mí, las frases son piezas de un puzzle informe, que yuxtapongo sin que encajen. Una detrás de otra, sin tocarse. Signo de los tiempos. Las Señoritas de Avignon. Pero llega la época de las Redes y es preciso volver a tejer la malla del mundo. Lo hemos roto, desestructurado. Ahora hay que montarlo de nuevo.
Y aquí el problema de los conectores, esas partículas-nudos que atan unas frases a otras. Conjunciones, expresiones que supeditan unos pensamientos a otros. Nada debe quedar fuera.
Es preocupante. Creí que era concisa, que recurría a las elipsis con plena conciencia cuando, al parecer, en realidad, simplemente acumulo los datos con mayor o menor orden. Grave error. Preclaro síntoma de una enfermedad que espero curable (¡Con lo que me gusta estar enferma!).
Causa y efecto. Todo hecho es producido y provoca a su vez otro fenómeno. ¿Puedo cuestionarlo? ¿No lo ha hecho ya la filosofía? ¿O ha hecho todo lo contrario?. Debería prohibírseme el escepticismo. No estoy preparada para el pensamiento crítico. No ordeno mis ideas. Estoy sometida a una continua tormenta. Porque el orden me es odioso. ¿Por qué el orden me es odioso?. Posiblemente (¡sin duda!) porque exige un esfuerzo, y soy perezosa. Eso soy. Esa es mi esencia. Habrá quienes tengan alma. Habrá quienes estén poseídos por la maldad. Yo, despojada, soy la Pereza.
miércoles, septiembre 20, 2006
lunes, septiembre 18, 2006
Salvador (Puich Antic)
Pensé que iba a ser una película política, de esas que tanto me fastidian porque suelen ser malas películas y peor política. Aborrezco la política, incluso la “buena” (suponiendo que tal cosa exista). Pero C. me ha insistido y, como siempre, no me apetecía trabajar.
Yo no sé nada de cine pero lo veo con gusto, como leo novelas y poesía o escucho música. Y me gusta compartir mi opinión no porque tenga ningún valor, ni quiera imponerla, o simplemente ostentarla presumida, sino porque deseo perfilarla al hilo de las demás. Me es muy grato cambiar de parecer tras una buena tertulia, bien regada de caldos exquisitos que sueltan la lengua y pegan los párpados.
Una vez más he vuelto a aguantar el llanto. Me lo he comido con patatas, con todo el dolor de mi garganta y vacío en el corazón. El pudor vence a la necesidad de dejarse ir. Lo pagaré caro. El día del Juicio Final Dios se descojonará de todas las lágrimas que no he vertido, y San Pedro me dará una sonora coñeja por imbécil.
Al principio todo transcurría según lo sospechado. Jóvenes rebeldes que luchan contra la tiranía. Discurso loable, que justifica cierta violencia, y que a mí suele desagradarme. Por eso nunca me atrevo a decir abiertamente que soy de izquierdas. Porque para el tipo con rastas que me increpa, y cuyo comportamiento me resulta tan deleznable como el del pijo que empotra a una pava contra la pared al otro lado del bar soy, por lo menos, floja, tibia. Qué digo, si no tengo ideales.
Pero todo cambia cuándo llega el momento del juicio y la sentencia. De muerte. En ese momento la película sabe plasmar la angustia, la esperanza, la desazón, la injusticia, la templanza, los lazos de afecto, de forma magistral. Es efectiva y no sé si efectista.
A mí, no me gusta que me toquen la fibra sensible. Me parece un recurso fácil de manipulación. Provocar pena, indignación, ira o cualquiera otro de los más bajos instintos es la manera más fácil de llevarse el gato al agua. Aunque en este caso, en esta película, no me parece que se ponga, finalmente, al servicio de una idea política, que sin embargo, no nos engañemos, subyace, inquebrantable, como no puede ser de otra forma. Y bien está. Pero lo que se destaca, lo que realmente importa es el drama personal, que no sólo afecta al reo. Tal vez ese sea el gran mensaje, la persona, la persona, la persona. Ese preso que juega al baloncesto con el funcionario de prisiones y le explica que la dislexia no es más que una forma diferente de pensar, que no es grave, que con la aplicación de las técnicas adecuadas se puede llegar a leer sin ningún problema.
Ese muchacho, con la cara juvenil e inocente de DANIEL BRUHL, con el pliegue de sus labios, con sus pómulos tensos en expresión risueña, con sus ojos, negros de mirada intensa, con su flequillo sobre la frente, no merece la suerte que le ha tocado. Porque ni es suerte, ni le ha llegado por casualidad. Su mala fortuna es fruto de una máquina agónica que se defiende panza arriba y laza sin criterio su estertóreo zarpazo. Y eso es injusto. Mucho. Indigna. Nadie debería pasar por aquel trance, en el que se mezclan la humillación, la incomprensión, la espera, la esperanza. Es otro gran alegato fílmico contra la pena de muerte y contra la tiranía. Parece mentira que todavía estén vigentes estos gritos iracundos. Aunque en nuestro país, gracias a Dios, o a quién proceda, estén destinados a sanar heridas viejas, pero sin cicatrizar.
Intensos primeros planos, cálidos abrazos en los que se transmite el tacto de un raído jersey. Y la voz suave, de exótico acento a mis duros oídos, de entereza inusitada.
Por supuesto, la nota cañí en la España de pandereta. El terrible garrote vil, ingenio maléfico en manos de un verdugo que recuerda al de Berlanga y que en el momento de mayor tensión produce cierta sonrisa. Alguna carcajada se ha llegado a oír en la sala del cine.
No es un panfleto político, aunque podría serlo. No es sentimentaloide. Me parece irregular, siendo lo mejor, como ya he dicho, la parte de la sentencia y muerte.
Al final hay un apéndice esperanzador, que quiere dar sentido a los padecimientos del mártir. Bien para quien crea que tales cosas pueden servir.
Yo no sé nada de cine pero lo veo con gusto, como leo novelas y poesía o escucho música. Y me gusta compartir mi opinión no porque tenga ningún valor, ni quiera imponerla, o simplemente ostentarla presumida, sino porque deseo perfilarla al hilo de las demás. Me es muy grato cambiar de parecer tras una buena tertulia, bien regada de caldos exquisitos que sueltan la lengua y pegan los párpados.
Una vez más he vuelto a aguantar el llanto. Me lo he comido con patatas, con todo el dolor de mi garganta y vacío en el corazón. El pudor vence a la necesidad de dejarse ir. Lo pagaré caro. El día del Juicio Final Dios se descojonará de todas las lágrimas que no he vertido, y San Pedro me dará una sonora coñeja por imbécil.
Al principio todo transcurría según lo sospechado. Jóvenes rebeldes que luchan contra la tiranía. Discurso loable, que justifica cierta violencia, y que a mí suele desagradarme. Por eso nunca me atrevo a decir abiertamente que soy de izquierdas. Porque para el tipo con rastas que me increpa, y cuyo comportamiento me resulta tan deleznable como el del pijo que empotra a una pava contra la pared al otro lado del bar soy, por lo menos, floja, tibia. Qué digo, si no tengo ideales.
Pero todo cambia cuándo llega el momento del juicio y la sentencia. De muerte. En ese momento la película sabe plasmar la angustia, la esperanza, la desazón, la injusticia, la templanza, los lazos de afecto, de forma magistral. Es efectiva y no sé si efectista.
A mí, no me gusta que me toquen la fibra sensible. Me parece un recurso fácil de manipulación. Provocar pena, indignación, ira o cualquiera otro de los más bajos instintos es la manera más fácil de llevarse el gato al agua. Aunque en este caso, en esta película, no me parece que se ponga, finalmente, al servicio de una idea política, que sin embargo, no nos engañemos, subyace, inquebrantable, como no puede ser de otra forma. Y bien está. Pero lo que se destaca, lo que realmente importa es el drama personal, que no sólo afecta al reo. Tal vez ese sea el gran mensaje, la persona, la persona, la persona. Ese preso que juega al baloncesto con el funcionario de prisiones y le explica que la dislexia no es más que una forma diferente de pensar, que no es grave, que con la aplicación de las técnicas adecuadas se puede llegar a leer sin ningún problema.
Ese muchacho, con la cara juvenil e inocente de DANIEL BRUHL, con el pliegue de sus labios, con sus pómulos tensos en expresión risueña, con sus ojos, negros de mirada intensa, con su flequillo sobre la frente, no merece la suerte que le ha tocado. Porque ni es suerte, ni le ha llegado por casualidad. Su mala fortuna es fruto de una máquina agónica que se defiende panza arriba y laza sin criterio su estertóreo zarpazo. Y eso es injusto. Mucho. Indigna. Nadie debería pasar por aquel trance, en el que se mezclan la humillación, la incomprensión, la espera, la esperanza. Es otro gran alegato fílmico contra la pena de muerte y contra la tiranía. Parece mentira que todavía estén vigentes estos gritos iracundos. Aunque en nuestro país, gracias a Dios, o a quién proceda, estén destinados a sanar heridas viejas, pero sin cicatrizar.
Intensos primeros planos, cálidos abrazos en los que se transmite el tacto de un raído jersey. Y la voz suave, de exótico acento a mis duros oídos, de entereza inusitada.
Por supuesto, la nota cañí en la España de pandereta. El terrible garrote vil, ingenio maléfico en manos de un verdugo que recuerda al de Berlanga y que en el momento de mayor tensión produce cierta sonrisa. Alguna carcajada se ha llegado a oír en la sala del cine.
No es un panfleto político, aunque podría serlo. No es sentimentaloide. Me parece irregular, siendo lo mejor, como ya he dicho, la parte de la sentencia y muerte.
Al final hay un apéndice esperanzador, que quiere dar sentido a los padecimientos del mártir. Bien para quien crea que tales cosas pueden servir.
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Pinículas y otros suntos
domingo, septiembre 17, 2006
Y tú... ¿de qué pie cojeas?
Yo es que soy omnímodo, me lo como todo. Lo que eres es gilipollas, y un glotón. ¿Por qué me insultas?. Porque te lo mereces. ¿Por qué?. Por hacer preguntas estúpidas y no saber lo que significan las palabras. A tí lo que te pasa es que además de torti eres frígida. Soy un dechado de virtudes. Puta. Hijo de puta. Hija de la gran puta. Me cago en la puta Virgen. Eso, seguro que además eres virgen. Virgencita, virgencita que me quede como estoy, y este a mi sólo deseo, desaparezca. Quédate. Me voy. Que sí, quedate. Qué pesado, qué me voy. ¿Por qué?. Porque me da la gana. Pues vaya una gana que tienes, que te domina. Es que también soy sumisa. Pues entonces obedéceme. Sumisa, no masoquista. Pliégate a mi voluntad. Tu voluntad es voluble, y mi tolerancia a los pliegos limitada.
jueves, septiembre 14, 2006
Lloró desconsolada ante aquél cúmulo informe de papeles que sostenían todos sus recuerdos ahora dispuestos para la incineración.
Los guardó cuidadosamente largo tiempo, con el cariño de quién deja un legado, para los demás, para que alguien, algún día, cuándo ella no estuviera, pudiera disfrutarlo.
En realidad, los acumuló avara, pesando que siempre podrían serle útiles.
En el fondo, no eran más que fruto de su eterna tendencia a la postergación.
Y ahora debía aniquilarlos.
Tantos esfuerzos durante tantos años.
Para nada.
Para que, convertidos en humo, dejaran de existir, y punto.
Tal vez, pensó, nunca debieron existir.
O tal vez, lo que de ellos haya quedado en mí, es lo único que vale.
Seguramente no son más que un soporte pasajero. Sí. Son de usar y tirar.
Se dijo, hay que tirarlos.
Y los quemó, con lágrimas en los ojos, con la angustia en el corazón por los recuerdos que ya no volvería sin el médium que los propiciara.
Lloró porque la mayoría no habían dejado ningún poso en ella.
Los acumulaba con la pasión del desmemoriado.
Tal vez carecía de memoria porque se la había confiado aquellos papeles.
Ella, que nunca hizo una chuleta para un examen. Ella que sólo aprendió de memoria para los exámenes.
Le dijo a la vecina que lloraba por el humo.
Tal vez, deba quemar toda la casa, se dijo. Ya puestos.
Y vagar eternamente como el Judío Errante, como Caín.
Sabía que entre el pensamiento y la ejecución había un trecho muy grande. Llevaba toda la vida pensando cosas que nunca realizaba, pero, esta vez, el abismo no era más que una delgadísima línea impermeable.
Si quemaba la casa, y luego se quemaba a sí misma, en un descuido, se confirmaría que estaba loca. Ya no habría más dudas.
El hogar paterno, deshabitado. Y ella sola. Nadie le echaría de menos.
La vecina. Mierda de vecina. No puedo quemar la casa. Mierda de vecina.
Los guardó cuidadosamente largo tiempo, con el cariño de quién deja un legado, para los demás, para que alguien, algún día, cuándo ella no estuviera, pudiera disfrutarlo.
En realidad, los acumuló avara, pesando que siempre podrían serle útiles.
En el fondo, no eran más que fruto de su eterna tendencia a la postergación.
Y ahora debía aniquilarlos.
Tantos esfuerzos durante tantos años.
Para nada.
Para que, convertidos en humo, dejaran de existir, y punto.
Tal vez, pensó, nunca debieron existir.
O tal vez, lo que de ellos haya quedado en mí, es lo único que vale.
Seguramente no son más que un soporte pasajero. Sí. Son de usar y tirar.
Se dijo, hay que tirarlos.
Y los quemó, con lágrimas en los ojos, con la angustia en el corazón por los recuerdos que ya no volvería sin el médium que los propiciara.
Lloró porque la mayoría no habían dejado ningún poso en ella.
Los acumulaba con la pasión del desmemoriado.
Tal vez carecía de memoria porque se la había confiado aquellos papeles.
Ella, que nunca hizo una chuleta para un examen. Ella que sólo aprendió de memoria para los exámenes.
Le dijo a la vecina que lloraba por el humo.
Tal vez, deba quemar toda la casa, se dijo. Ya puestos.
Y vagar eternamente como el Judío Errante, como Caín.
Sabía que entre el pensamiento y la ejecución había un trecho muy grande. Llevaba toda la vida pensando cosas que nunca realizaba, pero, esta vez, el abismo no era más que una delgadísima línea impermeable.
Si quemaba la casa, y luego se quemaba a sí misma, en un descuido, se confirmaría que estaba loca. Ya no habría más dudas.
El hogar paterno, deshabitado. Y ella sola. Nadie le echaría de menos.
La vecina. Mierda de vecina. No puedo quemar la casa. Mierda de vecina.
viernes, septiembre 08, 2006
La entrada número trece.
Igual que hubo un guerrero número trece, que no fue Judas, el traidor, hay una entrada número trece. ¿Significa esto que se haya regresado hasta doce veces y se cumpla, por fin, la decimotercera? ¿O será que nuestra calvicie ya nos clarea en demasía?
Me pregunto si habiendo llegado hasta aquí, tras tan breve discurrir, habré de pararme a pensar. Buscar un recodo en el camino en el que aposentarme y reflexionar, queda, profunda, sobervia y autocomplaciente.
O si este número de mal agüero quiere depararme algún mal, llevarme a la perdición de mano de la red de redes. Red de telaraña que me envuelve y envenenta, que me inmoviliza cuanto mas me muevo.
Van a pasar la fregona, y he de retirarme de mi puesto. ¿Será una señal?
Me pregunto si habiendo llegado hasta aquí, tras tan breve discurrir, habré de pararme a pensar. Buscar un recodo en el camino en el que aposentarme y reflexionar, queda, profunda, sobervia y autocomplaciente.
O si este número de mal agüero quiere depararme algún mal, llevarme a la perdición de mano de la red de redes. Red de telaraña que me envuelve y envenenta, que me inmoviliza cuanto mas me muevo.
Van a pasar la fregona, y he de retirarme de mi puesto. ¿Será una señal?
martes, septiembre 05, 2006
Estoy empezando a preocuparme. Nunca he sido partidaria de tales verbos reflexivos, por afectarle a una, no por pensantes, pero... snif... snif... algo me huele mal en la cocina.
Llegaron las bitácoras y con ellas: "La opinión de todo el mundo".
El principio de Autoridad murió mucho antes, y ahora se desbanda la manada. Cualquiera puede hablar sobre cualquier cosa.
Yo... podría hablar de integrales, por ejemplo, que son unos biscotes hediondos con hediondas conecuencias. Joder... qué mierda... (perdón).
Y si no es opinión es melodramón.
Me lo expliquen.
"Me repite la preguntaaaaaa..."
Llegaron las bitácoras y con ellas: "La opinión de todo el mundo".
El principio de Autoridad murió mucho antes, y ahora se desbanda la manada. Cualquiera puede hablar sobre cualquier cosa.
Yo... podría hablar de integrales, por ejemplo, que son unos biscotes hediondos con hediondas conecuencias. Joder... qué mierda... (perdón).
Y si no es opinión es melodramón.
Me lo expliquen.
"Me repite la preguntaaaaaa..."
sábado, septiembre 02, 2006
He renunciado al sueño, en busca de un rendimiento perdido que ahora, sí, o mejor dicho, NO, no... ya no será recuperable.
Pasar la noche en vela me resulta más excitante que productivo. Me contemplo desde arriba, agazapada frente al ordenador, la pantalla parpadeante, fumando y meneando papeles de un lugar a otro. Y eso es todo lo que hago. Así que llega el día, y lo único que he hecho ha sido fumar y mover papeles de un lado al otro. Y ni siquiera soy capaz de sentirme mal, porque creo haber trabajado.
Ya son varias las noches de sueño que me he saltado. Creo que Tayler llama a mi puerta. Ah... grito, gritito, Mr. Pitt, no se corte hombre, y deme una buena paliza. Déjeme algo de hueco para que pueda responder a mi vez y quedaremos en paz.
Tan en Paz. Paz. ¿Qué será eso?
Me pregunto... ¿Habré en mi vida, alguna vez "escuchado" el silencio?
Me bulle la mente, mientras dormito.
Pasar la noche en vela me resulta más excitante que productivo. Me contemplo desde arriba, agazapada frente al ordenador, la pantalla parpadeante, fumando y meneando papeles de un lugar a otro. Y eso es todo lo que hago. Así que llega el día, y lo único que he hecho ha sido fumar y mover papeles de un lado al otro. Y ni siquiera soy capaz de sentirme mal, porque creo haber trabajado.
Ya son varias las noches de sueño que me he saltado. Creo que Tayler llama a mi puerta. Ah... grito, gritito, Mr. Pitt, no se corte hombre, y deme una buena paliza. Déjeme algo de hueco para que pueda responder a mi vez y quedaremos en paz.
Tan en Paz. Paz. ¿Qué será eso?
Me pregunto... ¿Habré en mi vida, alguna vez "escuchado" el silencio?
Me bulle la mente, mientras dormito.
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